PARTE (3)
...Todos conocían
a la perfección su ciudad y entendieron lo que ella estaba diciendo:
— Te refieres a tomar las curvas de la carretera, remontar la
sierra de Larosell.
— Bruno, es evidente que tu madre tiene razón, no hay ya otro
camino desde donde estamos.
— Va a ser sumamente peligroso… Si hubiéramos alcanzado la
autopista, desde allí mismo nos hubiéramos introducido en las sendas de montaña
que llevan a Ramu. Ahora vamos a tener que atravesar tres pueblos enteros
desconociendo lo que nos vamos a encontrar allí, y lo peor es que no
sabemos si podremos pasar por la carretera.
Sejo intentó
orientar la inquietud de su hijo. Realizó un gesto con ambas manos, como buscando
unos segundos de reflexión.
— Verás hijo, La autopista norte ya hemos visto que es
imposible, para alcanzar la autopista del sur vamos a tener que atravesar toda
la ciudad. Si me dan a elegir entre atravesar tres pueblos o la ciudad, yo no
tengo ninguna duda. Además siempre tenemos la opción de continuar a pie y en
ese caso prefiero las curvas de una carretera a la angustia que acabamos de
vivir en las calles.
Tamara realizó
un breve gesto de aprobación moviendo en vertical su cabeza. Bruno elevó su
pulgar para dar la razón a su padre, pero a la vez no pudo evitar fruncir un
tanto el ceño por su decepción, fueron muchas las horas que pasó escudriñando
las calles para encontrar una ruta que les llevara a la autopista, a lo que él
entendía como la salvación. Nadie como él conocía los apuros y los peligros que
pasó durante sus noches de infiltración en los entresijos de una ciudad
perdida en la locura de su propio fin. De pie apoyado en la ventanilla donde
estaba su padre, echó una última mirada a la tenebrosidad del túnel y raudo dio
la vuelta para colocarse tras el volante. Arrancó con decisión y se dispuso a
alcanzar la carretera que en su momento prácticamente nadie usaba
por la comodidad y rapidez que representaba tomar el túnel.
Remontaron las
últimas calles de la ciudad y ante su sorpresa pudieron llegar al inicio de la
vieja carretera sin percibir obstáculo alguno. Sejo atento a todo el movimiento
y con las luces del alba apartando todo atisbo de oscuridad reflexionó
interiormente: “Los seres humanos
tendemos a masificarnos y cuando nos acercamos al fin o necesitamos huir
decidimos hacerlo juntos y por los mismos sitios. A pocos se les ocurre elegir
otros caminos, los menos trillados”.
Curva tras
curva fueron acercándose al primer pueblo a pocos kilómetros de la ciudad.
Llegaron ante un cartel que indicaba el inicio de la población de Gatcusán.
Bruno bajó las revoluciones del motor y aflojó la marcha cuando alcanzó las
primeras calles donde la hierba se había comido el asfalto. Todo estaba desordenado en silencio, un silencio que olía a
muerte. El viento arrastraba papeles, basura por todas partes, cristales rotos,
puertas reventadas, algún cadáver tumbado en la acera. Bruno paró el coche
junto a una esquina, era como si quisiera percibir en el ambiente algún tipo de
amenaza o saber si estaban solos. Solo encontraron el rumor del viento al
chocar contra los obstáculos, quejidos de ventanas descompuestas, de cortinas
rasgadas, alguna lata de bebida corrida por el empuje del aire sonando
descuidadamente sobre las aceras. Pero esa aparente calma no era nada
tranquilizadora, algo también se respiraba, algo que invitaba a no quedarse
ahí, era como si el fin de todo estuviera al acecho.
Dejaron atrás Gatcusan y siguieron por la
carretera, a pocos kilómetros de ahí se encontraba la segunda población. Por el
camino aparecían pequeños barrios, eran tres o cuatro casas juntas y que
parecían abandonadas a su suerte. Biru era algo más grande, una pequeña ciudad
que en su momento poseía cierta actividad industrial. Cuatro o cinco polígonos
industriales la circundaban por lo que cabía la posibilidad de desviarse por
ellos sin tener que cruzarpor su centro. Vieron un puente que cruzaba una
riera con el agua que bajaba ante su sorpresa muy limpia, y carteles que indicaban la dirección de uno
de los polígonos industriales, quizás estuvieran de suerte.
Pasaron por el
puente y se introdujeron en las amplias y solitarias calles del polígono.
Muchas de las puertas de las naves estaban reventadas. Vieron coches
abandonados, algunos destrozados. Ya estaba avanzando la mañana y la claridad
era absoluta. Maia tenía hambre y sed, Tamara no dudó en atender a su hija.
Ninguno de los tres adultos se planteó si tenían las mismas necesidades que la
pequeña. Llevaban varias horas de tensión y solo esperaban encontrar un momento
de relativa tranquilidad para pensar en ello. Avanzaron con sigilo buscando una
salida que les llevara al otro extremo y en la dirección que buscaban. Hubo un
momento que perdieron el rumbo, decidieron subir a la parte alta del polígono que
lindaba con un terreno que parecía pertenecer a un antiguo campo de cultivo. Allí se abría
una zona despejada en el horizonte y para alegría de sus ojos, apareció
recortada a lo lejos la silueta de la zona montañosa donde se encontraba Ramu.
Decidieron parar un instante para contemplar la imagen. Estaban junto a una
fábrica aparentemente vacía. La valla de entrada estaba rota y una de las
puertas se encontraba entreabierta. Bruno tuvo un impulso, bajó del coche y
quiso ir a ver que había dentro. Sejo se sorprendió por la decisión de su hijo:
— ¿Que haces?, no podemos perder tiempo, debemos continuar.
— No os preocupéis, quiero comprobar que no hay peligro
dentro. Ya es de día, esto tiene pinta de estar tranquilo y necesitamos unos
minutos de descanso.
El gesto de
inquietud de Sejo era bien manifiesto. Tamara tranquilizó a su marido:
— Déjalo, el sabe lo que hace. En todo caso ponte al volante
por si tenemos que salir rápido de aquí.
— Está bien, pero esto no me gusta nada.
Al poco rato
Bruno apareció por la puerta medio abierta, su semblante era despreocupado:
— Podemos estar tranquilos, es una fábrica llena de tornos y
prensas. Aquí no hay nadie. Nos irá bien descansar un rato.
— Esta bien hijo pero en el coche. No quiero sorpresas.
Prefiero estar preparado ante lo que pueda ocurrir.
— Vamos papá no dramaticemos tanto. Esto no es el fin del
mundo todavía… En este lugar no se ve un alma, el día es soleado y aun podemos
respirar.
— No te quito la razón, pero respiraremos aquí junto al coche.
— Está bien, como tú quieras. Pero nos irá bien estirar las
piernas. Además, porqué pensar que todos los seres humanos que nos podamos
encontrar sean peligrosos.
— Por una pura y simple evidencia hijo. Cuando lo que cuenta
es sobrevivir, nos podemos convertir en verdaderas alimañas.
— Nosotros no somos alimañas papá.
— Todavía no, porque aún formamos parte de una sólida estructura. Nos une un
fuerte vínculo, la familia. Solo espero no verme forzado a defender a ultranza
lo único que nos queda.
Tamara
escuchaba atenta la conversación de los dos hombres. Quiso quitar hierro al
asunto y les ofreció pan duro con algo de embutido más duro que el pan y una
botella de agua.
— Venga muchachos, os quiero. No pensemos más que en llegar a
Ramu. Tengo el firme presentimiento de que allí podremos vivir en paz.
Decidieron
continuar. Avanzaron lentamente por la misma calle y de repente vieron llegar
andando desde una esquina a tres individuos. Bruno paró el coche y quedó unos
instantes a la expectativa. Ellos se quedaron también quietos, quien sabe si
sorprendidos por algo que no esperaban. Estaban separados por no más de
cincuenta metros. Tras unos instantes de calma, esa gente se desplegó ocupando
toda la calle y empezaron a avanzar poco a poco hacia el coche. Aquel gesto no
inspiraba ninguna confianza, Sejo lo captó enseguida.
— Esto no me gusta nada, esos tipos no son de fiar.
— ¿Qué hago papá?
— No vamos a esperar, además creo que van armados. ¡Retrocede
hijo, retrocede!
Bruno dio un
golpe de volante para girar en dirección contraria y empezó a acelerar. Apenas había completado la maniobra cuando se
encontraron de frente con otros tres individuos que les cortaban el paso. Uno
de ellos llevaba una pistola y los otros dos blandían amenazantes sendas armas
blancas. Tamara dio un grito totalmente alarmada:
— ¡Dios mío, es una encerrona!
Bruno
reaccionó de manera instintiva, se dio cuenta que si pasaba ante cualquiera de
los dos grupos serían blanco fácil. Dio un "volantazo" para cambiar otra vez de
dirección, aceleró al máximo y de un giro brusco saltó una acera y se introdujo
en los campos de cultivo. El coche
empezó a botar con violencia al rodar por un terreno totalmente irregular.
Escucharon disparos que sin duda iban dirigidos a ellos. No tenía otra idea que
alejarse como fuera de aquel lugar, Bruno observó a pocos metros un camino de
tierra que se encontraba un poco más abajo tras un pequeño terraplén. Orientó
el coche hacia allí. El vehículo dio un fuerte golpe delantero al entrar en el
camino y empezó a ronronear de manera alarmante a la vez que echaba humo por el capó. No obstante pudo continuar
derrapando hasta entrar otra vez en zona asfaltada. El coche estaba sin duda
muy averiado pero Bruno no dudó en seguir hasta el final de su resistencia;
solo un pensamiento en su cabeza, dejar atrás ese maldito polígono...
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