lunes, 8 de septiembre de 2014

Novela: "Pueblo de Ramu" Parte (3)

PARTE (1): Junio    PARTE (2): Septiembre

                                                                         PARTE (3)

...Todos conocían a la perfección su ciudad y entendieron lo que ella estaba diciendo:

    Te refieres a tomar las curvas de la carretera, remontar la sierra de Larosell.

    Bruno, es evidente que tu madre tiene razón, no hay ya otro camino desde donde estamos.

    Va a ser sumamente peligroso… Si hubiéramos alcanzado la autopista, desde allí mismo nos hubiéramos introducido en las sendas de montaña que llevan a Ramu. Ahora vamos a tener que atravesar tres pueblos enteros desconociendo lo que nos vamos a encontrar allí, y lo peor es que no sabemos si podremos pasar por la carretera.

Sejo intentó orientar la inquietud de su hijo. Realizó un gesto con ambas manos, como buscando unos segundos de reflexión.

    Verás hijo, La autopista norte ya hemos visto que es imposible, para alcanzar la autopista del sur vamos a tener que atravesar toda la ciudad. Si me dan a elegir entre atravesar tres pueblos o la ciudad, yo no tengo ninguna duda. Además siempre tenemos la opción de continuar a pie y en ese caso prefiero las curvas de una carretera a la angustia que acabamos de vivir en las calles.

Tamara realizó un breve gesto de aprobación moviendo en vertical su cabeza. Bruno elevó su pulgar para dar la razón a su padre, pero a la vez no pudo evitar fruncir un tanto el ceño por su decepción, fueron muchas las horas que pasó escudriñando las calles para encontrar una ruta que les llevara a la autopista, a lo que él entendía como la salvación. Nadie como él conocía los apuros y los peligros que pasó durante sus noches de infiltración en los entresijos de una ciudad perdida en la locura de su propio fin. De pie apoyado en la ventanilla donde estaba su padre, echó una última mirada a la tenebrosidad del túnel y raudo dio la vuelta para colocarse tras el volante. Arrancó con decisión y se dispuso a alcanzar la carretera que en su momento prácticamente nadie usaba por la comodidad y rapidez que representaba tomar el túnel.

Remontaron las últimas calles de la ciudad y ante su sorpresa pudieron llegar al inicio de la vieja carretera sin percibir obstáculo alguno. Sejo atento a todo el movimiento y con las luces del alba apartando todo atisbo de oscuridad reflexionó interiormente: “Los seres humanos tendemos a masificarnos y cuando nos acercamos al fin o necesitamos huir decidimos hacerlo juntos y por los mismos sitios. A pocos se les ocurre elegir otros caminos, los menos trillados”. 

Curva tras curva fueron acercándose al primer pueblo a pocos kilómetros de la ciudad. Llegaron ante un cartel que indicaba el inicio de la población de Gatcusán. Bruno bajó las revoluciones del motor y aflojó la marcha cuando alcanzó las primeras calles donde la hierba se había comido el asfalto. Todo estaba desordenado en silencio, un silencio que olía a muerte. El viento arrastraba papeles, basura por todas partes, cristales rotos, puertas reventadas, algún cadáver tumbado en la acera. Bruno paró el coche junto a una esquina, era como si quisiera percibir en el ambiente algún tipo de amenaza o saber si estaban solos. Solo encontraron el rumor del viento al chocar contra los obstáculos, quejidos de ventanas descompuestas, de cortinas rasgadas, alguna lata de bebida corrida por el empuje del aire sonando descuidadamente sobre las aceras. Pero esa aparente calma no era nada tranquilizadora, algo también se respiraba, algo que invitaba a no quedarse ahí, era como si el fin de todo estuviera al acecho.

 Dejaron atrás Gatcusan y siguieron por la carretera, a pocos kilómetros de ahí se encontraba la segunda población. Por el camino aparecían pequeños barrios, eran tres o cuatro casas juntas y que parecían abandonadas a su suerte. Biru era algo más grande, una pequeña ciudad que en su momento poseía cierta actividad industrial. Cuatro o cinco polígonos industriales la circundaban por lo que cabía la posibilidad de desviarse por ellos sin tener que cruzarpor su centro. Vieron un puente que cruzaba una riera con el agua que bajaba ante su sorpresa muy limpia,  y carteles que indicaban la dirección de uno de los polígonos industriales, quizás estuvieran de suerte.

Pasaron por el puente y se introdujeron en las amplias y solitarias calles del polígono. Muchas de las puertas de las naves estaban reventadas. Vieron coches abandonados, algunos destrozados. Ya estaba avanzando la mañana y la claridad era absoluta. Maia tenía hambre y sed, Tamara no dudó en atender a su hija. Ninguno de los tres adultos se planteó si tenían las mismas necesidades que la pequeña. Llevaban varias horas de tensión y solo esperaban encontrar un momento de relativa tranquilidad para pensar en ello. Avanzaron con sigilo buscando una salida que les llevara al otro extremo y en la dirección que buscaban. Hubo un momento que perdieron el rumbo, decidieron subir a la parte alta del polígono que lindaba con un terreno que parecía pertenecer a un antiguo campo de cultivo. Allí se abría una zona despejada en el horizonte y para alegría de sus ojos, apareció recortada a lo lejos la silueta de la zona montañosa donde se encontraba Ramu. Decidieron parar un instante para contemplar la imagen. Estaban junto a una fábrica aparentemente vacía. La valla de entrada estaba rota y una de las puertas se encontraba entreabierta. Bruno tuvo un impulso, bajó del coche y quiso ir a ver que había dentro. Sejo se sorprendió por la decisión de su hijo:

    ¿Que haces?, no podemos perder tiempo, debemos continuar.

    No os preocupéis, quiero comprobar que no hay peligro dentro. Ya es de día, esto tiene pinta de estar tranquilo y necesitamos unos minutos de descanso.

El gesto de inquietud de Sejo era bien manifiesto. Tamara tranquilizó a su marido:

    Déjalo, el sabe lo que hace. En todo caso ponte al volante por si tenemos que salir rápido de aquí.

    Está bien, pero esto no me gusta nada.

Al poco rato Bruno apareció por la puerta medio abierta, su semblante era despreocupado:

    Podemos estar tranquilos, es una fábrica llena de tornos y prensas. Aquí no hay nadie. Nos irá bien descansar un rato.

    Esta bien hijo pero en el coche. No quiero sorpresas. Prefiero estar preparado ante lo que pueda ocurrir.

    Vamos papá no dramaticemos tanto. Esto no es el fin del mundo todavía… En este lugar no se ve un alma, el día es soleado y aun podemos respirar.

    No te quito la razón, pero respiraremos aquí junto al coche.

    Está bien, como tú quieras. Pero nos irá bien estirar las piernas. Además, porqué pensar que todos los seres humanos que nos podamos encontrar sean peligrosos.

    Por una pura y simple evidencia hijo. Cuando lo que cuenta es sobrevivir, nos podemos convertir en verdaderas alimañas.

    Nosotros no somos alimañas papá.

    Todavía no, porque aún formamos parte de una sólida estructura. Nos une un fuerte vínculo, la familia. Solo espero no verme forzado a defender a ultranza lo único que nos queda.

Tamara escuchaba atenta la conversación de los dos hombres. Quiso quitar hierro al asunto y les ofreció pan duro con algo de embutido más duro que el pan y una botella de agua.

    Venga muchachos, os quiero. No pensemos más que en llegar a Ramu. Tengo el firme presentimiento de que allí podremos vivir en paz.

Decidieron continuar. Avanzaron lentamente por la misma calle y de repente vieron llegar andando desde una esquina a tres individuos. Bruno paró el coche y quedó unos instantes a la expectativa. Ellos se quedaron también quietos, quien sabe si sorprendidos por algo que no esperaban. Estaban separados por no más de cincuenta metros. Tras unos instantes de calma, esa gente se desplegó ocupando toda la calle y empezaron a avanzar poco a poco hacia el coche. Aquel gesto no inspiraba ninguna confianza, Sejo lo captó enseguida.

    Esto no me gusta nada, esos tipos no son de fiar.

    ¿Qué hago papá?

    No vamos a esperar, además creo que van armados. ¡Retrocede hijo, retrocede!

Bruno dio un golpe de volante para girar en dirección contraria y empezó a acelerar.  Apenas había completado la maniobra cuando se encontraron de frente con otros tres individuos que les cortaban el paso. Uno de ellos llevaba una pistola y los otros dos blandían amenazantes sendas armas blancas. Tamara dio un grito totalmente alarmada:

— ¡Dios mío, es una encerrona!

Bruno reaccionó de manera instintiva, se dio cuenta que si pasaba ante cualquiera de los dos grupos serían blanco fácil. Dio un "volantazo" para cambiar otra vez de dirección, aceleró al máximo y de un giro brusco saltó una acera y se introdujo en los campos de cultivo.  El coche empezó a botar con violencia al rodar por un terreno totalmente irregular. Escucharon disparos que sin duda iban dirigidos a ellos. No tenía otra idea que alejarse como fuera de aquel lugar, Bruno observó a pocos metros un camino de tierra que se encontraba un poco más abajo tras un pequeño terraplén. Orientó el coche hacia allí. El vehículo dio un fuerte golpe delantero al entrar en el camino y empezó a ronronear de manera alarmante a la vez que echaba  humo por el capó. No obstante pudo continuar derrapando hasta entrar otra vez en zona asfaltada. El coche estaba sin duda muy averiado pero Bruno no dudó en seguir hasta el final de su resistencia; solo un pensamiento en su cabeza, dejar atrás ese maldito polígono...




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