jueves, 11 de septiembre de 2014

Novela: "Pueblo de Ramu" (Parte 4)

PARTE 1 (Junio) - PARTES 2-3 (Septiembre)

...Llegó por fin a una carretera y encontró un letrero indicativo: “Sarreta 8 km.” Por fortuna iban en la buena dirección hacia la tercera ciudad que debían atravesar. Fue entonces cuando Bruno se dio cuenta que Maia estaba muy asustada y llorando con desesperación mientras su madre intentaba consolarla. Sin dejar de circular, se giró hacia su pequeña hermana y le dijo:

    Hermanita, no te asustes, esto es como un cuento y los cuentos siempre acaban bien. No te preocupes pequeña, pronto estaremos en Ramu.

Solo dos kilómetros más adelante, el vehículo dijo basta y se paró. Todos supieron al instante que no tenían más opción que caminar. Debían organizarse lo más rápido posible, es más, estaban preparados porque ya habían supuesto esa posibilidad. Fue Sejo quien se encargó de activar la operación.

    No perdamos mucho tiempo, Bruno encárgate de tu mochila y de llevar a Maia. Tamara y yo cogeremos las otras.

Antes de salir, Bruno le hizo una observación a su padre:

    Está bien, pero antes pongamos gasolina del depósito en esa botella de agua vacía, nunca se sabe.

    De acuerdo hijo, pero rápido.

Bruno tomó un delgado tubo de plástico que tenía preparado, lo introdujo en el depósito, aspiró y llenó no una sino dos botellas de plástico que encontró ya sin agua. Puso la mochila a su espalda y en un arnés delantero sobre su pecho colocó a Maia. Todos ya dispuestos empezaron a caminar por la carretera silenciosa. Miraban a diestro y siniestro preocupados y temiendo ser vistos. Donde se encontraban eran blanco fácil de cualquier mirada, entre dos ciudades de día y con perspectivas abiertas. Decidieron desviarse por un camino de tierra pensando que podrían encontrar una ruta alternativa que les permitiera evitar la próxima ciudad de Sarreta. Percibieron que el miedo se iba instalando en su ánimo. Se sentían vulnerables, muy vulnerables y por eso optaron por parar un rato bajo un pino que encontraron y determinar.

    Mira papá esto pinta mal… No me siento nada cómodo, es, es como si desde cualquier punto nos estuvieran amenazando… y por supuesto que ni loco entro en Sarreta.

    No vamos a entrar en las actuales condiciones… Estoy de acuerdo contigo así no vamos nada bien, es más lógico esperar a la noche, seríamos menos visibles y tendríamos más opciones de desviarnos y encontrar las primeras estribaciones de la montaña, ya no estamos tan lejos.

Tamara sacó a Maia del arnés para tomarla en brazos. Se había apartado un tanto de los dos hombres para evitar que la pequeña percibiera el nerviosismo y la angustia de una situación nada fácil. Tras escucharles decidió volver por sus pasos e intervenir.

    Pues entonces queridos, no nos queda otra opción que buscar un refugio y esperar a la noche.

    Vale mamá, pero… ¿dónde encontramos ese refugio?

Tamara señaló con su brazo extendido lo que parecía ser una pequeña urbanización  no muy lejos de allí y tomó una decisión:

    Buscaremos en una de esas casas, tienen pinta de estar despejadas.

    Está bien, pero primero voy a echar un vistazo.

    Te acompaño hijo…

    No papá, es mejor que ellas no se queden solas. No te preocupes estoy acostumbrado a estas situaciones, tendré cuidado.

Al dejar la mochila, Bruno disimuladamente tomó el revolver y se dispuso a acercarse a las casas con el máximo de sigilo. No se oía un alma, todo estaba en paz, una paz mortecina. El silencio reinaba solo roto por la acción de un viento suave y templado. Se paró e intentó escuchar a los lejos cualquier sonido que delatara el peligro. Nada, era un silencio sepulcral lejos de los rumores de motores de antaño, de los ladridos en el eco de la distancia, de todos los signos que indicaban actividad humana. Le recordaba en cierto modo la calma que respiraba cuando andaba por las alturas ejerciendo su afición al montañismo. Pero no era igual, allá arriba aún se podía percibir entonces a  la vida circulando con normalidad, ahora la calma era un signo de que la propia vida  iba camino de extinguirse. Llegó hasta la primera casa, se detuvo ante lo que fueron unos setos que delimitaban su espacio y ahora ya convertidos en maleza. Observó a las otras, en total cuatro separadas por corta distancia y construidas bajo un mismo patrón: dos plantas cuadradas de diseño simple con un tejado en forma de uve invertida, un garaje y una pequeña porción de terreno a la entrada  lleno de altos hierbajos. Primero de todo observó si existían huellas que significaran el paso de alguna presencia ya fuera humana o de algún animal. Todo parecía inalterado y tranquilo, el paso del tiempo había dejado que la naturaleza ocupara el orden humano. Entró en la primera de las casas que estaba abierta. El polvo cubría el abandono de los objetos aún allí presentes, nada de valor. Subió a la segunda planta, empujó una de las puertas que encontró a su paso y entró en un dormitorio. Horrorizado descubrió un cadáver ya descompuesto cubierto por una manta. Las ventanas abiertas y el fin de la putrefacción solo dejaron un olor acre, más propio de suciedad acumulada que otra cosa.  Salió de aquel lugar y tragando saliva entró en las otras dos, encontrando cuadros muy parecidos. Solo quedaba revisar la última en uno de los extremos. Era la única con la puerta cerrada, lo cual le extrañó sobre manera. Miró por una de las ventanas y percibió los mismos signos de abandono, solo que al estar las puertas y ventanas cerradas la casa no parecía estar tan sucia. Dio la vuelta a la casa y encontró otra puerta también cerrada, giró la maneta y esta se abrió. Subió a la segunda planta esperando encontrar alguna sorpresa desagradable, pero no, la casa pese a su suciedad acumulada estaba libre de mortajas descuidadas. Entendió que ese podía ser el refugio idóneo para dejar pasar el día y descansar hasta que llegara la noche. Sin dudar salió de aquel sitio y se dirigió hasta donde se encontraba su familia para comunicarles la buena noticia:

    He encontrado un lugar que nos puede servir.

Sejo preguntó por preguntar lo que tenía que ser evidente.

    ¿Seguro que la casa está despejada?

    Seguro papá, allí por lo menos no queda un alma.


    ¿Qué quieres decir? ...

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