PARTE 1 (Junio) - PARTES 2-3 (Septiembre)
...Llegó por fin
a una carretera y encontró un letrero indicativo: “Sarreta 8 km .” Por fortuna iban en la
buena dirección hacia la tercera ciudad que debían atravesar. Fue entonces
cuando Bruno se dio cuenta que Maia estaba muy asustada y llorando con
desesperación mientras su madre intentaba consolarla. Sin dejar de circular, se
giró hacia su pequeña hermana y le dijo:
— Hermanita, no te asustes, esto es como un cuento y los
cuentos siempre acaban bien. No te preocupes pequeña, pronto estaremos en Ramu.
Solo dos
kilómetros más adelante, el vehículo dijo basta y se paró. Todos supieron al
instante que no tenían más opción que caminar. Debían organizarse lo más rápido
posible, es más, estaban preparados porque ya habían supuesto esa posibilidad.
Fue Sejo quien se encargó de activar la operación.
— No perdamos mucho tiempo, Bruno encárgate de tu mochila y de
llevar a Maia. Tamara y yo cogeremos las otras.
Antes de
salir, Bruno le hizo una observación a su padre:
— Está bien, pero antes pongamos gasolina del depósito en esa
botella de agua vacía, nunca se sabe.
— De acuerdo hijo, pero rápido.
Bruno tomó un
delgado tubo de plástico que tenía preparado, lo introdujo en el depósito,
aspiró y llenó no una sino dos botellas de plástico que encontró ya sin agua.
Puso la mochila a su espalda y en un arnés delantero sobre su pecho colocó a
Maia. Todos ya dispuestos empezaron a caminar por la carretera silenciosa.
Miraban a diestro y siniestro preocupados y temiendo ser vistos. Donde se
encontraban eran blanco fácil de cualquier mirada, entre dos ciudades de día y
con perspectivas abiertas. Decidieron desviarse por un camino de tierra pensando
que podrían encontrar una ruta alternativa que les permitiera evitar la próxima
ciudad de Sarreta. Percibieron que el miedo se iba instalando en su ánimo. Se
sentían vulnerables, muy vulnerables y por eso optaron por parar un rato bajo
un pino que encontraron y determinar.
— Mira papá esto pinta mal… No me siento nada cómodo, es, es
como si desde cualquier punto nos estuvieran amenazando… y por supuesto que ni
loco entro en Sarreta.
— No vamos a entrar en las actuales condiciones… Estoy de
acuerdo contigo así no vamos nada bien, es más lógico esperar a la noche,
seríamos menos visibles y tendríamos más opciones de desviarnos y encontrar las primeras estribaciones de la
montaña, ya no estamos tan lejos.
Tamara sacó a
Maia del arnés para tomarla en brazos. Se había apartado un tanto de los dos
hombres para evitar que la pequeña percibiera el nerviosismo y la angustia de
una situación nada fácil. Tras escucharles decidió volver por sus pasos e
intervenir.
— Pues entonces queridos, no nos queda otra opción que buscar
un refugio y esperar a la noche.
— Vale mamá, pero… ¿dónde encontramos ese refugio?
Tamara señaló
con su brazo extendido lo que parecía ser una pequeña urbanización no muy lejos de allí y tomó una decisión:
— Buscaremos en una de esas casas, tienen pinta de estar
despejadas.
— Está bien, pero primero voy a echar un vistazo.
— Te acompaño hijo…
— No papá, es mejor que ellas no se queden solas. No te
preocupes estoy acostumbrado a estas situaciones, tendré cuidado.
Al dejar la
mochila, Bruno disimuladamente tomó el revolver y se dispuso a acercarse a las
casas con el máximo de sigilo. No se oía un alma, todo estaba en paz, una paz
mortecina. El silencio reinaba solo roto por la acción de un viento suave y
templado. Se paró e intentó escuchar a los lejos cualquier sonido que delatara
el peligro. Nada, era un silencio sepulcral lejos de los rumores de motores de
antaño, de los ladridos en el eco de la distancia, de todos los signos que
indicaban actividad humana. Le recordaba en cierto modo la calma que respiraba
cuando andaba por las alturas ejerciendo su afición al montañismo. Pero no era
igual, allá arriba aún se podía percibir entonces a la vida circulando con normalidad, ahora la
calma era un signo de que la propia vida
iba camino de extinguirse. Llegó hasta la primera casa, se detuvo ante
lo que fueron unos setos que delimitaban su espacio y ahora ya convertidos en
maleza. Observó a las otras, en total cuatro separadas por corta distancia y
construidas bajo un mismo patrón: dos plantas cuadradas de diseño simple con un
tejado en forma de uve invertida, un garaje y una pequeña porción de terreno a
la entrada lleno de altos hierbajos.
Primero de todo observó si existían huellas que significaran el paso de alguna
presencia ya fuera humana o de algún animal. Todo parecía inalterado y
tranquilo, el paso del tiempo había dejado que la naturaleza ocupara el orden
humano. Entró en la primera de las casas que estaba abierta. El polvo cubría el
abandono de los objetos aún allí presentes, nada de valor. Subió a la segunda
planta, empujó una de las puertas que encontró a su paso y entró en un
dormitorio. Horrorizado descubrió un cadáver ya descompuesto cubierto por una
manta. Las ventanas abiertas y el fin de la putrefacción solo dejaron un olor
acre, más propio de suciedad acumulada que otra cosa. Salió de aquel lugar y tragando saliva entró
en las otras dos, encontrando cuadros muy parecidos. Solo quedaba revisar la
última en uno de los extremos. Era la única con la puerta cerrada, lo cual le
extrañó sobre manera. Miró por una de las ventanas y percibió los mismos signos
de abandono, solo que al estar las puertas y ventanas cerradas la casa no
parecía estar tan sucia. Dio la vuelta a la casa y encontró otra puerta también
cerrada, giró la maneta y esta se abrió. Subió a la segunda planta esperando
encontrar alguna sorpresa desagradable, pero no, la casa pese a su suciedad
acumulada estaba libre de mortajas descuidadas. Entendió que ese podía ser el
refugio idóneo para dejar pasar el día y descansar hasta que llegara la noche.
Sin dudar salió de aquel sitio y se dirigió hasta donde se encontraba su
familia para comunicarles la buena noticia:
— He encontrado un lugar que nos puede servir.
Sejo preguntó
por preguntar lo que tenía que ser evidente.
— ¿Seguro que la casa está despejada?
— Seguro papá, allí por lo menos no queda un alma.
— ¿Qué quieres decir? ...
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