Ayer cayó sobre nosotros una espectacular tormenta. El cielo
se tornó oscuro, las nubes se fueron apretando a la vez que crepitaban en un
concierto sonoro que anunciaba lo que a continuación iba a caer. Y cayó, agua,
piedra, acompañada de un viento iracundo. Luego poco a poco, la piedra dejó
paso a la lluvia persistente y algo más equilibrada, hasta que dejó de llover.
Hoy luce el sol, el clima es templado, agradable, dentro de
un día luminoso, tal cual es la primavera. Por la riera que nos acompaña, el
agua discurre serena, cantarina y alegre. Y los pájaros después del susto van
recomponiendo sus hábitats, y buscando algún pajarillo de corto vuelo que cayó
del nido.
Pronto llegó a mi mente un parangón, y si la “tormenta”
virulenta que nos acompaña fuera eso. Si después de que el cielo se cerrara,
volviera a abrirse para decirnos que lo peor ha pasado. Quien sabe, si esto
será así. Lo único que me preocupa, es que la primavera no es eterna, y la
amenaza de las tormentas siempre existirá. Así es la vida, nuestra vida, llena
de contrastes, amenazas y también alegrías.
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