Cuando ella nació, las primeras golondrinas llegaban alegres al
viejo pueblo de Vizcaya. No les costó mucho a sus padres decidir cómo llamarla:
Enara que en Euskera significa golondrina.
Enara fue creciendo junto a la hierba fresca,
los montes redondos y verdes; y el cielo, que no siempre era azul y radiante y
podía cubrirse de nubes grises y compactas que dejaban caer a menudo una lluvia
fina y persistente. Pronto conoció el
curso del río, los chopos de la ribera, las fuentes que manaban continuamente
agua fresca y transparente, el mugir calmoso de las vacas, el canto de los
gorriones. Era curiosa, su mirada llegaba hasta los más inverosímiles rincones,
sus manos lo palpaban todo y sus palabras se llenaban de preguntas que no
siempre los mayores sabían responder. Incluso sus padres, a veces, la había
tratado como a una niña tonta porque no llegaban a entender su curiosidad.
Cierta incomprensión no le importaba, Enara tenía el recurso de su imaginación
siempre que le era necesaria, se inundaba de fantasía y solucionaba así sus
interrogantes, sobre todo aquello que las personas adultas no le resolvían.
Pero existían casos muy particulares donde la imaginación no le servía, era
entonces cuando necesitaba de su abuela Estíbaliz, a menudo sentada tranquila
en su mecedora, haciendo encaje de bolillos y viendo pasar la vida por su lado
sin apenas inmutarse. Nunca le faltaba a la abuela una palabra, una respuesta
precisa y puntual hacia las preguntas de Enara, gracias a ella conoció algo que
siempre le había inquietado desde que apenas nació, el mundo de las
golondrinas.
Una tarde, Enara dejó sus juegos y se sentó en
el porche junto a su abuela. Tenía ganas de hablar con ella y de hacerle unas
preguntas que nadie hasta el momento le había sabido responder.
-
Abuela Estíbaliz, ¿Por qué me llamaron Golondrina?
-
Porque con ellas llega la alegría.
-
No es lo que quiero que me digas, ya sé que nací en primavera y que todos
se pusieron muy contentos, tanto papa como mama lo han dicho muchas veces.
Quiero que me expliques que tengo que
ver yo con las golondrinas.
-
Bien querida Enara, te contaré toda la historia de tu nombre... Antes, la
casa era pequeña: el comedor, la cocina,
las dos habitaciones de abajo, el cuarto de baño, la terraza... y para de
contar.
-
¿Y la habitación de arriba?,
Abuela.
-
Ahora te lo explico... Arriba existía el desván. Era un desván trastero
que no hacíamos servir para nada.
-
Trastero...
-
Si mi niña, que allí nada más habían trastos... y algo más. Anda, no me
interrumpas y déjame continuar la historia.
-
Está bien abuela, sigue, escucharé callada.
-
Lo dudo... Bueno, pues como te
decía, aquel desván tenía la misma buhardilla que ahora conservamos, solo que
sin ningún cristal sano. El aire, la luz entraban sin oposición. Las vigas
estaban deterioradas y mostraban claros signos de carcoma, había mucho polvo.
El suelo aparecía con una capa de cemento y muy irregular. Nadie subía, solo yo
iba de vez en cuando porque existía algo que me gustaba contemplar.
-
¿Qué era abuela?
-
Espera... Hacia finales de abril,
se oía en el desván unos sonidos... ¡frrttt, frrttt! , siempre acompañados de
continuos revoloteos. Era un pájaro ágil y esbelto, con unas largas alas negras
salpicadas de reflejos azul oscuro, el pecho blanco y una cola afilada y
bifurcada. Traspasaba continuamente la ventana rota de la buhardilla para
recomponer su viejo nido junto a la viga. Unas veces traía barro, otras
pequeñas pajitas, en ocasiones hierba, heno. Yo observaba como ella mezclaba
todo lo que traía con su propia saliva, y poco a poco iba consolidando el que
sería su próximo hábitat. Luego de tener el nido bien preparado, durante tres
semanas aproximadamente, se producía un silencio absoluto, la golondrina no
salía apenas del nido.
-
¿Por qué?
-
Veras mi niña... ocurría que la pequeña ave, había puesto los huevos y
los incubaba pacientemente, dándole calor con su cuerpo y su plumaje. Un buen
día, el silencio en el desván desaparecía y su lugar era ocupado por un suave y
persistente alboroto en el nido. La golondrina sale de su cobijo, vuela y
traspasa la ventana de la buhardilla. Se oyen pequeños murmullos... y silencio.
Al poco rato regresa ágil y veloz. Del nido surgen tres, cuatro, cinco pequeñas
cabezas con el pico exageradamente abierto... pifff, pifff, pifff, empieza un
concierto. A partir de entonces se origina una urgente y pertinaz serie de
vuelos por parte de la golondrina y su pareja. En cada viaje llevan un insecto
que han cazado en el aire, y lo depositan en uno de los picos abiertos. Durante
muchos días los papas golondrina no cesarán de volar para que a sus pequeños no
les falte la comida.
-
¿Y todo eso lo veías?
-
Sí... Las golondrinas no se ocupaban de mí, entraban y salían, salían y
entraban, era un espectáculo maravilloso.
-
¿Por qué dices era, abuela?
-
Porque un día esas escenas desaparecieron del desván, y tú tienes parte de
culpa; mejor dicho, toda… querida mocosa.
-
¿Yo?...
-
Sí, tú... Tus padres pensaron que cuando nacieras faltaría espacio y
decidieron arreglar el desván.
-
Y las golondrinas... ¿qué pasó con las golondrinas?
-
Nada, no les pasó nada... ellas se fueron.
-
¿Se fueron?...
-
Sí claro. Cuando llega el mal tiempo marchan muy lejos todas juntas. Fue
el otoño antes de nacer tú cuando se iniciaron las obras del desván.
-
¿Y a donde se van abuela?
-
Esa historia te la contará otro día, ahora se trata de que sepas la razón
por la que te llamas Enara... Llegó la primavera y el desván ya estaba
arreglado, se convirtió en la habitación de tus padres. Entonces fue cuando
llegaste tú y también la golondrina. No
parabas de moverte en el vientre de tu madre, querías salir a conocer el Mundo.
Todos esperábamos impacientes a la comadrona para que ayudara en el parto. La
mamá se colocaba las manos en la tripa, se quejaba. Tú estabas a punto de
salir, y entonces... se oyó un golpe seco en la ventana. Todos vimos como la
golondrina quería entrar por la misma ventana de la buhardilla, ahora con un
grueso cristal. Volaba en pequeños círculos, inundaba el espacio de alegría. La
mamá se relajó al verla, tu padre pronunció: ¡Enara, se llamará Enara!... Vino
la comadrona, y nació una niña feúcha y arrugada...
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