Sus dos primeras partes ya realizadas son: "Pueblo de Ramu" y "La última cumbre..."
El personaje central "Maia", posee una interesante particularidad, en una sola existencia llega a conocer tres tipos de planetas diferentes: En uno de ellos existe un intento de evitar el caos, en el segundo ya se ha producido, y el tercero se está reconstruyendo tras el caos.
"M A I A"
Cuando Maia partió rumbo a las estrellas, la aurora
boreal aparecía justo a 41º por encima del ecuador de su planeta de origen,
algo inusual hasta entonces y nunca visto en esas latitudes. Los habitantes de
Ramu que la acompañaron en la despedida, entre ellos sus padres y hermano, lo
interpretaron como una señal inequívoca de lo que se avecinaba. La gran duda de
quien llegaría primero a iniciar el desastre, si la naturaleza o “ellos”,
todavía estaba por resolver.
Llegaron
“ellos” primero, no tardaron demasiado. Uno de los soldados que en su día
custodiaron el pueblo, pudo y supo avisar a sus gentes justo antes del
bombardeo. No quedó piedra sobre piedra, pero para entonces ya todos habían
logrado huir hasta refugiarse en las montañas adyacentes.
Todos los
esfuerzos, logros y ordenamiento de un pueblo espléndido, desaparecieron de un
plumazo por la brutalidad de un gobierno externo turbio e indecente, que hasta
hacía muy poco había estado escondido como una sabandija en las entrañas de ese
planeta.
Tan pronto
descubrieron que entre las ruinas no había cadáver alguno, iniciaron la
persecución. Su único objetivo era eliminar todo vestigio de lo que un día fue
el pueblo de Ramu… pero esta vez llegó antes la naturaleza, las tormentas
solares fueron más rápidas. Una fuerte eyección penetró con fuerza en el
espacio de ese planeta, ya sin el cinturón protector que había desaparecido
victima de la grave alteración del campo magnético… y esa Era concluyó.
Pero antes de que eso ocurriera, Maia ya estaba iniciando su proceso de adaptación. Algo que pese a tener solo cinco años y estar lejos de su familia, no le suponía extrañeza alguna puesto que ya había sido aleccionada sobre lo que iba a experimentar. En la
escuela de Ramu, junto a los demás niños y bajo la tutela de Vanessa había aprendido a
ver. Y ahora en esa pequeña nave estaba viendo el contorno relajado de colores suaves y cálidos de los tripulantes. Estaba cómoda y nada añorada, observando, sonriendo y dispuesta a
vivir lo que para ella era una aventura.
Sabía como
hacer para comunicarse con sus padres y con su hermano Bruno, solo tenía que
apreciar el momento en que ellos quedaran dormidos. Entonces se infiltraría en
sus sueños para indicarles que todo iba bien. No importaba la distancia, no
importaba el tiempo que los separara, el Mundo de los sueños nada tenía que ver
con lo que algunos llamaban realidad física. El único lamento, era que su
familia aún no había aprendido a ver con su misma claridad, ni a dominar ese
tipo de comunicación que ella tan bien conocía. Lo que sí la tranquilizaba era
el saber que tanto sus padres como su hermano Bruno, de algún modo intuían en
su mundo aún físico que todo iba bien, incluso podía dibujar en su propia
mente, con toda claridad, la sonrisa de complacencia que reflejaban sus rostros tan solo al pensar
en ella.
La pequeña
nave detuvo su enorme proyección y quedó suspendida en el espacio. Maia sintió
entonces como penetraban en las entrañas de algo que poseía una cierta
magnitud.
Todos los
niños salieron de uno en uno, sin alboroto, con sus miradas curiosas abriendo
los ojos en todas direcciones. Maia quedó fascinada por la luz, no vio bombillas,
ni focos, todo parecía tener luz, el suelo, el techo, las paredes, hasta las
otras naves que estaban depositadas en el amplio espacio. Era una luz blanca y
muy proporcionada que no emitía sombras. Unas personas con trajes ajustados les
esperaban, Maia observó los colores que contorneaban sus cuerpos, eran cálidos,
similares a los tripulantes de la nave que acaban de dejar, se sintió
confortada. Los niños se agruparon, se recogieron formando un círculo, de donde
no dejaban de salir miradas de asombro. El asombro no tiene habla, aún así Maia
le comentó flojito al oído de otra niña:
— Es como estar
dentro de un cuento—.
Esas personas
de ambos sexos, guiaron a los niños fuera de aquel amplio espacio hacia un
pasillo, Allí estaba la misma luz que lo inundaba todo, producía una
iluminación que junto al silencio llenaba el ambiente de calma, de
tranquilidad. Mientras esperaban junto a una apertura, porque nada allí parecía
tener puertas, una mujer se colocó junto a su lado. Maia curiosa le tocó la
cadera, la mujer se agachó. Entonces, la niña palpó sus cabellos cortos y
rizados, el traje de textura suave que daba la impresión de ser una segunda
piel y se extasió con una mirada que irradiaba… serenidad.
Sin emitir
apenas ruido, solo un mitigado sonido, apareció algo por aquella apertura. Maia
asoció ese algo a un vago recuerdo de cuando vivía en aquel ático en Nalocebar,
antes de llegar al pueblo de Ramu, quizás fuera un ascensor. Tenía suficiente
capacidad para que una docena de niños, junto a tres adultos cupieran en él.
Sintió como eran proyectados hacia arriba y como casi al instante se paraba.
Salieron y esperaron al resto de los niños y acompañantes. Estaban en una sala,
donde había más gente, ella los observó. Nadie se detuvo ni se acercó, todos
seguían con su ritmo, un ritmo tranquilo, y persistente. Percibió algo muy
curioso, no se sintió ignorada, era como si todas aquellas personas fueran
conscientes de que los niños estaban allí, pero no se inmiscuían, sin embargo
estaba recibiendo de cada uno de ellos un saludo, una mirada que era única y
que implicaba acogimiento.
Cuando
estuvieron todos reunidos, atravesaron aquella zona y se detuvieron junto a
otra apertura mucho más ancha. Esperaron a que llegara un largo vehículo,
entraron todos en él. Enseguida Maia comprobó que no tenía ruedas y que al
ponerse en marcha, parecía flotar suavemente mientras se desplazaba por aquel
largo túnel igualmente iluminado. Sin ruido, el vehículo se detuvo, salieron.
Fueron guiados hasta una sala donde otras personas les esperaban.
Maia no tardó
en comprender que estaba ante unos “médicos”. Los niños fueron distribuidos. El
“doctor” que se encargó de ella, con delicadeza le conminó a que se tumbara en una camilla. Un aparato casi redondo suspendido del techo
pasó sobre ella suavemente, emitiendo una leve luz que la cubrió por completo.
Fueron solo unos instantes, tras los cuales volvió a reunirse con los demás
niños. Todo se sucedía sin precipitación, a un ritmo lento pero constante, sin
esperas, desplazándose por aquel lugar, en las entrañas de algo que debía ser
inmenso.
El siguiente
paso, fue arribar hasta algo que semejaba ser un aula. Allí volvía a estar
Vanessa, su profesora en Ramu, quien al
llegar a la sala de los “médicos” se había separado del grupo. Vanessa empleó el
habla, tal como hacía en la escuela del pueblo. Era algo chocante, como si se
rompiera el silencio, porque solo entonces Maia se dio cuenta de que en todo
momento, nadie de aquellas gentes había pronunciado palabra alguna, y sin
embargo comunicaban. Vanessa les explicó, que ese era el lugar donde
estudiarían, siguiendo parecidas rutinas, de momento, hasta que llegaran a su
destino.
Luego Vanessa
junto a dos personas más guiaron a los niños a otro sector de aquella inmensa
nave. Bien podría ser una especie de comedor, porque todos los niños se
sentaron junto a una larga mesa. Maia la tocó con curiosidad, no era de madera
como en Rámu, sino de una textura muy particular ni blanda ni dura y que en
nada se parecía al plástico o al metal. Todos muy calladitos e impactados por
todo lo que veían esperaron breve rato. Vieron aparecer sobre el extremo de la
mesa unas bandejas que rodaron sobre la superficie hasta quedar quietas junto a
cada uno de ellos. Observaron la comida y la bebida, contrastaba enormemente con
todo lo que estaban experimentando, era como o si acaso muy parecida a lo que
solían comer en Ramu. Y antes de que nadie de los niños se atreviera a empezar,
entró más gente en la sala. Se colocaron separadamente junto a cada uno de los
niños. Maia observó tímidamente a la recién llegada, ésta sonrió. Y sin saber
bien porqué, la sintió inmediatamente próxima y
envuelta en un alo de ternura. Se identificó como Mirla y le habló de
tal manera que bien parecía ser un compendio de todos sus seres queridos. Usaba
gestos y compostura que la hacían sentir cómoda, intervenía lo justo para
ayudarla o animarla a comer y siempre estuvo pendiente de ella. Luego los niños
junto a sus respectivos acompañantes, con semblante animado, abandonaron el
comedor y se dirigieron andando a otra zona no muy lejos de allí. Mirla guió a
Maia a la que iba a ser su habitación de descanso. La niña observó el entorno,
no era frío ni distante y pese a ser totalmente diferente al lugar donde dormía
en Ramu, sin embargo notaba una enorme similitud. Por puro instinto pronto
entendió que no es preciso que las formas sean iguales, existen otros elementos
más sutiles para recordarle esa sensación de seguridad, confort y acogimiento.
Observó lo que debía ser la cama y se subió
ante la complacencia de Mirla, quiso saltar sobre ella pero ésta no
facilitaba el bote. Sus pies se hundían levemente sobre una superficie que
parecía adaptarse a cualquier suave presión. Entendió que no procedía ser
brusca y se limitó a andar, mientras se divertía viendo como sus pies formaban
una huella que luego desaparecía al quitar la compresión. Mirla observaba
paciente la escena y tras esperar el momento justo le habló...
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