lunes, 8 de abril de 2019

Novela: "La senda del Porvenir" (Parte 3)

...Cuando desperté, la primera sensación que tuve fue un enorme vacío en mi estómago. También la boca y la garganta muy resecas. Resumiendo, no sabía lo que más me acuciaba, si el hambre o la sed. Había oído decir  que es más fácil sobrevivir al hambre que a la sed, así que instintivamente me preocupé de lo segundo, tenía que encontrar agua como fuera.
Pero nada parecía indicar que estuviera por los alrededores. Observé gotas de roció sobre las hojas de los arbustos, y sin dudarlo empecé a sorberlas desesperadamente hasta dañar la punta de mi lengua por el roce. Algo debió aplacarse mi sed, muy poquito, pero lo suficiente para sentirme más aliviado.

  Era extraño… no tenía miedo y me encontraba muy activado por un fuerte instinto de supervivencia. Cierto que había descansado esa noche y recuperado ciertas energías, pero si no lograba comer o beber las pocas que me quedaran se irían difuminando poco a poco. Por otra parte, intuía que sin el aporte energético del alimento, sería imposible salir de aquel bosque. Pero primero de todo, lo mejor sería quedarme donde estaba e intentar hacer visible mi situación… ¿Cómo?, pues con la fogata, no tenía otro recurso.

  Creía saber la señal de auxilio, tenía que ver con el tres. Podía hacer un triángulo con ramas y hojas en la pequeña explanada, pero ningún helicóptero ni mucho menos un avión lo vería al ser el bosque tan tupido. Podía porque no hacer ruido, gritar, hasta exprimir todas mis energías, pero decidí dejar esa posibilidad para el final. Así que me acordé de las películas de indios norteamericanos y de sus señales de humo. Coloqué hierbas verdes sobre las brasas hasta que saliera suficiente humo blanco, y con mi cazadora de pana ahogaba y soltaba el humo, de tres en tres, con una parada en medio.  Desgraciadamente para mí, el humo se difuminaba entre las copas de los árboles sin alcanzar el cielo y para más desgracia aún, mi cazadora quedó chamuscada y prácticamente inservible.

   Me desplomé a la sombra de un árbol, intentando conservar energías y pensar en lo que hacer de inmediato. Me quedaban pocas posibilidades, podía quedarme ahí esperando que me encontraran, vivo o quien sabe si ya muerto. Podía liquidar las pocas energías que me quedaran e intentar salir otra vez en busca de una senda… Pero antes de todo debía conseguir comida y sobre todo agua. De repente, un saltamontes dio un brinco al alcance de mi vista. No lo dudé ni un momento, me levanté y fui tras el hasta darle alcance. Jamás podía imaginar que haría tamaña cosa, máxime con el respeto que tenía hacia todos los animales, pero le arranqué la cabeza, las patas, las alas; lo pinché con la punta de la navaja y lo puse sobre las brasas. Al cabo de un rato me lo comí tras darle un apretón con mis dientes… no sabía mal del todo. Casi una docena de saltamontes corrieron la misma suerte.

   Solo faltaba encontrar agua, agua de manera inmediata. Obviamente el agua era más posible encontrarla bajando que no subiendo. Era lo más natural, así que decidí ya ir a por todas en busca de algún curso de agua por pequeño que fuera.  Coloqué mi chamuscada cazadora dentro de la mochila, y totalmente decidido a burlar mi suerte, me adentré en el bosque, pero esta vez no en busca de una senda, sino de las inclinaciones del terreno. Si tenía la suerte de encontrar un arroyo, aparte de saciar la sed, quizás este me guiara hacia una salida.

   Me había cerciorado de lo abrupto  que era ese bosque. Caminaba, mejor dicho, avanzaba como podía entre la maraña del sotobosque plagado de zarzales. Partes de mi camisa  y pantalones estaban ya deteriorados por los continuos enganchones, aunque gracias a ello no tenía demasiados arañazos en la piel, salvo algunos en cara y manos. Cuando parecía que encontraba una zona más cómoda para avanzar, de repente, una cortada rocosa con una caída vertical de varios metros me impedía seguir. Esa circunstancia me obligaba a retroceder para intentar buscar otra orientación, cuyo resultado no era otro que encontrarme más desorientado todavía. Pero tenía que bajar como fuera hasta encontrar el añorado curso de agua. De tanto en tanto me paraba buscando calmar el resuello, y continuaba al rato pero cada vez más cansado.
   Desde mi posición observé una línea de rocas que se alzaban sobre los árboles. Decidí esforzarme para intentar llegar arriba y desde allí otear el horizonte. Esa decisión me obligaba a escalar y aunque notaba como me ardía la cara por la congestión, y sentía un gran vacío en mi estómago que me provocaba cierto dolor, amén de que mi garganta parecía estar hecha de esparto por la sequedad, opté por olvidarme de mis males y empezar a subir como fuera.

   Dejé la mochila en tierra e inicié el difícil trayecto sujetándome a los riscos con las escasas fuerzas que tenía. Conforme ascendía, el riesgo de una caída se acrecentaba, pero no sentía miedo en absoluto, ni vértigo… mi única obsesión era superar ese promontorio. A pesar de estar a punto de perder los apoyos un par de veces, con el consiguiente susto, logré encontrar una vía adecuada para superar quizás la docena de metros que me separaba del suelo.

   Y fue al llegar arriba, cuando por fin pude gozar de cierta vista de pájaro, suficiente para discernir que allá abajo, ciertamente que muy abajo, podía haber agua a juzgar por lo hondo y angosto de la zona y sobre todo porque la vegetación se pronunciaba diferente con mucho más verdor.

  Bajar aquellas rocas no fue fácil en absoluto, temía caer en cualquier momento, sobre todo porque la perspectiva no era la misma que subiendo y no encontraba con tanta facilidad los puntos de agarre… pero logré llegar sano y salvo al suelo.

   No tenía otra opción avanzar hacia el profundo barranco como fuera, sujetándome a las raíces, a las ramas, resbalando una y otra vez, encontrándome colgado de un apoyo en más de una ocasión, y con el sobresalto acompañándome en cada dificultad.

   Que diferente es la visión cuando estás arriba con el cielo abierto y el bosque a tus pies, que cuando entras de lleno en la maleza, nada que ver…pero me dejé guiar por la única pauta a seguir, bajar y bajar hasta llegar al fondo.

   Por fin exhausto, desharrapado, roto por fuera y por dentro, conseguí llegar a donde no se podía bajar más y sí… como si fuera un milagro, no un milagro no, un deseo, un enorme deseo de supervivencia, encontré el agua.

   Su curso era estrecho pero continuo. Bajaba alegre, saltarina por entre las piedras dirigiéndose hacia una salida quizás mucho mayor. Me amorré como lo haría cualquier animal y sacié mi sed. Aprecié de inmediato un enorme alivio en mi garganta, pero al rato noté un fuerte dolor de estómago. Me encogí tendido sobre una pequeña porción de hierba y esperé a que se me pasara un tanto el dolor. Pero no, el malestar era intenso y no sentí desahogo hasta después de vomitar no se si todo el agua que había sorbido.

   Ya superadas las arcadas, llené mi cantimplora y observé desesperado que ya nada quedaba en mi mochila salvo la destartalada cazadora. Tenía agua, cierto y quizás si seguía la dirección del arroyo podría encontrar una riera, o un río, o una fuente, señal de que no muy lejos de allí habría una senda que me guiara a la salida del bosque. Pero a todo esto el sol ya hacía rato que había declinado sus rayos para dar paso al atardecer. La luz menguaba y a no tardar la oscuridad se cerniría en aquel punto tan angosto donde me encontraba.

   Apenas podía sostenerme en pie, el esfuerzo para llegar al agua había sido mayúsculo, estaba cansado, muy cansado. No tenía otra opción que buscar algo parecido a un refugio para pasar mi tercera noche en lo que ya parecía ser un mal sueño. Avancé como pude por entre los arbustos hasta que encontré un hueco entre unas rocas. Me apresté a acurrucarme en ellas para descansar. Saqué la ruinosa cazadora de la mochila e intenté abrigarme con ella. Ni tan siquiera traté de encender una hoguera, y no solo porque el terreno era inclinado y no presentaba suficiente espacio para prender el fuego, sino porque sobre todo me encontraba hecho polvo y no me apetecía intentarlo.  


   No pensaba en nada, mi mente estaba turbia, solo quería dormir, pero la humedad se caló en mis huesos y empecé a tiritar. Aguanté como pude un buen rato, encogido, recogido sobre mis brazos como si ellos me pudieran dar consuelo… Ocurrió que pasados muchos minutos, quien sabe si horas, apareció como una nebulosa ante mis ojos, me aflojé en extremo y creí morir...


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