... Dormí como un lirón en el mismo lugar que meses
atrás, en el suelo amortiguado su dureza por unas mantas. Desperté tan pronto
aparecieron los primeros rayos de luz. Después de asearnos, nos dispusimos a
preparar el desayuno, momento que aproveché para hablar con él.
—
Raúl… puedo quedarme contigo unos días,
procuraré no molestarte y seguro que te
puedo ayudar en cualquier cosa.
—
Vas a romperme todos mis esquemas chaval… pero te
puedes quedar el tiempo que quieras, sin abusar. Lo que no se es como te las
vas a apañar con tu familia.
—
Ya he quedado con Antonio que si no aparezco en
estos próximos días él llamará a mis padres para tranquilizarlos, porque aquí
el móvil no sirve para nada.
—
Y no sabes lo bien que me va, eso me permite vivir
aislado de todo, excepto de la naturaleza.
—
Ya… ¿y por qué?
—
¿Por qué, qué?
—
¿Por qué vives así, solo sin nadie que te acompañe?
—
Ya te he dicho quien es mi compañía,
—
Sí… me lo has dicho pero no lo entiendo.
—
Ni falta que te hace, pienso.
—
Pues piensas mal, debe de haber una razón. Yo te he
explicado todas mi razones, todas, sin ningún secreto que guardar. Creo que no
es justa tu posición.
—
Es justa y es libre…
—
Ya… pero tú tienes una experiencia, ya eres,
perdón, un carcamal. No es justo que te lo guardes todo para ti.
—
Mira Daniel… ya tengo setenta y cuatro años, me he
currado la vida y me merezco descansar y ser libre.
—
De verdad que eres libre, aquí.
—
Lo soy, por supuesto que lo soy.
—
Mira, te propongo un pacto, y mejor que me lo
aceptes porque sino no tiene sentido que yo permanezca contigo.
—
Vaya, vaya… como has cambiado muchacho, ya vas
sacando las agallas. Eso está bien.
—
No sé si está bien o mal, pero en gran parte te lo
debo a ti… ¿te enteras?
—
Vale, me doy por enterado.
—
Pues entonces… quiero saber más de ti, es justo,
¿no te parece?
—
¿Bien y que es lo que quieres saber?
—
Mas de tu vida… porque ya sé que saliste de la
cárcel con 32 años y ejerciste de abogado. Cometiste el “error” de contármelo y
no te puedes quedar ahí.
—
Eres pertinaz chaval…
—
En parte es por tu culpa, ya te lo he dicho, ósea
que atente a las consecuencias.
—
Bueno, un poco de Historia no te irá mal, lo estoy
viendo.
—
Vale, suelta ya.
—
Está bien…intentaré ser escueto. Noviembre del 75,
muerte del dictador Franco. Yo estaba en la cárcel y por supuesto que la
mayoría de los que nos encontrábamos ahí lo celebramos. Sabíamos que algo podía
cambiar, entre otras cosas nuestra situación, pero hubo que esperar bastante
tiempo aún. Llegaban las noticias del exterior: Julio del 76, Un tal Adolfo
Suárez entra en el terreno de lo que
llamaron transición de la dictadura a una supuesta democracia. A finales de ese
mismo año se aprueba esa transición y las primeras elecciones digamos que
libres en muchos años se suceden a mitad del año 1977. Pocos meses después
llega la ley de amnistía que creo ya te conté y salimos a la calle. Todo parece
idílico, pero…
Raúl hizo un pequeño inciso que yo aproveché para
cortarle. Le estaba escuchando con suma atención, cierto que era una breve
lección de historia que me sonaba de algo, pero no era del todo su historia.
—
Ese pero tiene que ver contigo, supongo.
—
Supones bien…Te contaré algo que pasó a principios
del año 77. Yo colaboraba desde la cárcel, lo que podía y como podía
con una serie de abogados laboralistas, muchos de ellos afiliados a partidos de
izquierdas. Pues en ese despacho de Madrid de la calle Atocha, hubo un atentado
que supuso la muerte de cinco de ellos, perpetrado por supuesto por elementos
de la extrema derecha.
—
Brutal…
—
Y real… una muestra de que ese fenómeno de la
llamada transición a la democracia no iba a ser fácil…sigo. Una vez en la calle,
yo continué colaborando y trabajando en la misma línea de los abogados que
murieron en aquel atentado. Seguramente te sonará la fecha del 23F del año 81, Golpe de
estado. No entraré en detalles porque son por todos conocidos, pero solo te
diré que muchos de nosotros, por nuestros antecedentes, nos escondimos temiendo
lo peor.
—
Lo entiendo…estaríais acojonados.
—
Los estábamos… lo que apreciábamos en aquellos
momentos, es que la democracia parecía un camelo, era el mismo
“perro” con distinto collar…Se sucedieron los acontecimientos, no quiero citar
a la fortuna pero las circunstancias transcurrieron por distintos cauces de
aquellos que pretendían que todo siguiera igual. Pudimos volver a trabajar y
salir a la calle no sin estar siempre mirando a un lado y a otro, por lo que
pudiera ocurrir… y ya está, creo que basta con esto, se acabó la cháchara.
—
Como quieras… me hago una ligera idea de cómo eran
aquellos tiempos… pero ahora es distinto, ¿verdad?
—
¿Tú crees?
—
No sé… me lo parece.
—
Pues sigue viviendo muchacho y te enterarás.
Y ahí acabó
la plática, tan solo había logrado avanzar en el conocimiento de su vida hasta
los treinta y seis años. En lo que quedó
de estancia preferí no abusar más de su paciencia, ya no le atosigué con más
preguntas, aunque quedaban muchos interrogantes por descifrar. Me limité a
disfrutar del entorno y de su sapiencia, realizando varias excursiones en su
compañía. Raúl me enseñó el pulso de aquel bosque, a la vez que aprovechaba las
señales para indicarme como el ser humano siempre deja huellas por donde
pasa. Cinco fueron los días que
permanecí en la cabaña. Cinco días de respiro, de conocimiento del orden
natural del bosque. Cinco días de vivir en otra especie de mundo donde no
reinaban ni la tele, ni las tabletas, ni los móviles, ni las noticias de
cualquier clase, solo la agradable sensación de existir. No quise estar más
porque era preferible ser prudente para evitar romper los esquemas de Raúl como
anteriormente me dijo. Decidí regresar por donde había llegado, pero no sin
antes prometer que volvería, a lo que él me contestó:
—
Me alegrará de verte otra vez Daniel, pero que
sepas que tu pasaporte ya ha caducado, tendrás que renovarlo.
Le entendí a la perfección, no iba a perder la
ocasión de conseguir mi segundo pasaporte. Raúl me acompañó por las sendas del
bosque hasta llegar a la carretera y allí nos despedimos. Antes de empezar a
andar llamé a mis padres para indicarles que todo estaba en orden. Tras
recorrer los cuatro kilómetros que faltaban para llegar al pueblo, me dirigí a
la panadería con el fin de encontrar a Antonio. Le dí las gracias por su ayuda
y allí mismo esperé pacientemente a que saliera el autobús de vuelta a la
ciudad.
VII
He oído decir a mucha gente que la rutina es
aburrida, pero que cuando la perdemos nos damos cuenta que la deseábamos. Lo
cierto es que tras las vacaciones seguí con la misma dinámica con apenas unas
pocas diferencias. Seguí trabajando en la panadería, y me matriculé de segundo
de bachillerato en la misma academia. Paralelamente continué trabajando mi
estilo, digamos literario, en el taller de escritura con Zulema y los
compañeros.
Las pequeñas diferencias estriban en que ningún día
es igual a otro si lo sabemos apreciar. Los clientes de la panadería casi
siempre eran los mismos, pero las situaciones diferentes. Las asignaturas
diferentes y los trabajos literarios nunca se repetían, porque si fuera así
significaría un estancamiento. El interés en ocupar debidamente todo mí tiempo
era mi principal objetivo. Las horas transcurrían con celeridad o al menos así
lo apreciaba. El fin de semana me centraba en estudiar y en aplicarme en los
trabajos literarios. Echaba de menos algunas situaciones de ocio, pero es que
apenas tenía tiempo para el mismo: Mi evasión era escribir y no dejar de
imaginar. Mi motivación, sin que fuera una obsesión porque la cita era larga,
volver a ver a Raúl con mi segundo pasaporte.
Ese año tenía dos proyectos importantes que cumplir
para conseguir el pasaporte. Primero de
todo aprobar con buena nota el segundo curso de bachillerato. Ya estaba en la
buena onda, entendía lo que significa estudiar. Tenía que dejar de ser crítico y
evitar ir a mi bola. Era más práctico
centrarme en los temas tanto si me gustaban o no, tanto si los consideraba
inútiles o útiles. La cuestión era estudiar para aprobar y aprender de lo que
se tuviera que aprender. La segunda cita ineludible era conseguir la mejor
puntuación en las pruebas de acceso a la universidad, ya que no tenía otro
remedio que entrar en la pública y las plazas eran limitadas.
El día que tuve de ir a recoger las notas, ya no
estaba tan nervioso como la primera vez, tenía claro que no podían ser malas…Y
no me equivoqué, la peor nota fue un aprobado alto y las otras de notable para
arriba.
Llegó la hora de del examen EBAU para acceder a la
universidad. Había elegido periodismo. Me parecía una carrera interesante y
además si conseguía entrar, podría estudiar por la tarde y compaginarlo con mi
trabajo en la panadería. No me quedaba otro remedio que seguir trabajando,
porque ocurrió lo siguiente: Cuando les enseñé las notas de segundo de
bachillerato a mis padres noté en ellos bastante indiferencia, y como no podía
faltar tuve que oír las nefastas palabras de mi padre:
—
No se en que líos te metes hijo… te va a ser
difícil encontrar trabajo de periodista, eso si puedes entrar en la universidad
y consigues acabar la carrera. Te iría mejor seguir en la panadería o encontrar
otra ocupación que te sea más rentable… Por otra parte, no tenemos dinero para
pagarte la carrera, eso va a tener que correr de tu cuenta.
Evidentemente que iba a correr de mi cuenta, no
faltaría más. Lo importante era que el hecho de tener unos ahorrillos y de
sentirme cómodo estudiando, me daba una tremenda seguridad. Por otra parte no
necesitaba para nada de su motivación, yo ya tenía la mía propia.
Para que alargarse en explicar los nervios
contagiosos que existían en el aula donde nos examinábamos del acceso a la
Universidad. Diría que esos nervios eran provocados por la necesidad de no
fallar a las ilusiones que todos teníamos puestas para conseguir nuestro
propósito. Miradas inquietas, suspiros, resoplidos y a trabajar y desarrollar
los temas.
Por fortuna, mi evaluación del bachillerato era
óptima, eso me daba un buen porcentaje de entrada en el sesenta por ciento de
la nota, Cuando recogí la puntuación del acceso, me llevé una decepción, no era
la que me esperaba. Obviamente había fallado en algún tema. No dudé en
presentarme en la fase voluntaria para mejorar la nota, elegí las asignaturas de
Literatura Castellana y Geografía.
El día que tocaba recoger el cómputo general de la
nota para entrar en la Universidad que había elegido, ese día si que estaba
nervioso de verdad. Sabía que en curso
anterior necesitaron una puntuación de 11,592. Nos arremolinamos sobre el
tablón donde aparecían los listados. De ahí salían tanto rostros triunfantes,
como otros totalmente decepcionados. Ansioso, recorrí con la vista todos los
apellidos hasta llegar al mío: 11,571 era la nota. No pude mostrar alegría alguna
porque dudaba que entrara en el corte, si lo conseguía iba a ser por los pelos.
Y por los pelos fue, mi nota era de las últimas
admitidas. Fue inmensa mi alegría, pero no sabía bien con quien compartirla en
esos momentos. Si a mis padres les daba igual, a mis compañeros de la panadería
también. Si acaso lo podía celebrar con mis compañeros de academia, y con los
colegas del taller de escritura, que seguramente me vería obligado a dejar por
falta de tiempo.
Con quien si lo iba a compartir era con Raúl, la
persona gracias a la cual encontré la suficiente motivación como para espabilar
en mi vida. Ardía en deseos de llegar a la cabaña. Esta vez no se iba a librar
de contarme más aspectos de su existencia, se iba a enfrentar a un futuro
periodista...
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