... Me sacudí las lágrimas justo cuando Raúl casi
machacaba mi espalda con una palmada, me estaba dando ánimos. Curioso que
pareciera que fuera yo el más perjudicado por haber desvelado ante su presencia
el misterio de su estancia en la cabaña. Pero lo que más me había impactado es
el hecho de que prácticamente desde la distancia me hubiera adoptado pensando
en su hijo. Me sentía muy orgulloso de
no haberle defraudado.
XI
Pasó el tiempo, me admitieron fijo en plantilla en
el diario digital. Cierto día se me ocurrió contarle al director la historia de
Raúl, que por cierto ya era muy conocía
según él me comentó. Tras su desgracia y el descalabro judicial, los
medios de comunicación entendieron que Raúl
“desapareció del mapa” por voluntad propia. Desde ese momento ya nada se
supo de él. Por supuesto que me reservé declarar su paradero, tan solo indiqué
que por una serie de circunstancias yo lo había encontrado. El director intentó
tirarme del hilo, pero me mantuve imperturbable. Mientras la voluntad de Raúl
fuera seguir en paradero desconocido, yo la respetaría. Como el tema tenía cierto morbo periodístico,
le pedí por favor al director que guardara el secreto y no diera “bola” al
asunto. El director era un buen tipo por lo que confiaba en que supiera mantener en secreto mi
relato. Quizás me precipité en contarle la historia, pero no quedaba otro
remedio que confiar en su mutismo. Claro que, por si acaso, al dirigirme camino
de Mozarrejo, siempre vigilaba que nadie me siguiera.
Raúl ya había pasado la frontera de los ochenta
años, se le notaba achacoso pero firme en su idea de no salir de la cabaña. Yo
le ofrecía continuamente la posibilidad de que se viniera a vivir conmigo a la
ciudad, pero no había manera de convencerle, es como si estuviera decidido a
dejar sus huesos allí.
Sin que fuera su hijo biológico, el círculo entre
Raúl y yo se había estrechado tanto que prácticamente me sentía adoptado. El
era mi padre sentimental, del que había aprendido todo lo que en este momento
yo había conseguido ser, un buen periodista y una persona que luchaba por no
perder en ningún momento su integridad, dentro de un Mundo de locos como era la
sociedad de nuestros días.
Y un fin de semana del mes de mayo ocurrió. Debo
entender que por fortuna yo estaba con él. Al atardecer del sábado Raúl decidió
adentrarse en el bosque para observar como evolucionaban las fresas silvestres
ya en flor, yo me quedé quitando malas hierbas del huerto. De sopetón el cielo
se apretó de nubes oscuras y cayó una fuerte tormenta. Me refugié rápido en la
cabaña pero a Raúl le pilló la lluvia en pleno bosque. Cuando llegó estaba
calado hasta los huesos. Aquella noche Raúl
empezó a sentirse mal, tosía insistentemente y le dolía bastante el
pecho. Ambos pasamos una mala noche él en su estado y yo muy preocupado. Al
amanecer observé que la frente le ardía, empecé a asustarme, seguía tosiendo y
respiraba con dificultad.
Le dije a Raúl que se quedara quieto en la cama,
mientras yo iba rápido en busca de ayuda. El me miró fijamente con sus enormes
ojos azules y simplemente me dijo “No” mientras con ambas manos tomaba la mía e
intentaba apretarla con escasa firmeza. Casi balbuceando me dijo:
—
Tarde o temprano tenía que ocurrir Daniel, o es que
crees que se puede vivir eternamente.
—
Pero que dices Raúl, solo es un resfriado, te vas a
recuperar.
—
No… es una neumonía, a mi edad de esta no se sale.
Yo estaba mucho más asustado que él, no sabía bien
que hacer si hacerle caso o salir pitando en busca de ayuda; pero Raúl insistió,
no quería que le dejase solo. Siguió hablándome pausadamente.
—
Mira Daniel, la muerte no es gran cosa… todos la
llevamos dentro cuando nacemos… eso no es lo mas importante, lo importante es
como hemos vivido.
—
Pero que pesado, tú no te vas a morir…
—
Insisto, todos nos morimos, tú también… pero no
tengas prisa.
Será… no que al decirme eso encima sonreía. Dice
que se está muriendo y está tranquilo mientras yo soy un saco de nervios.
—
Daniel… vamos a lo práctico, llegó la hora…Ve al
cajón de aquella mesilla, ábrelo y verás una especie de libreta.
Me dirigí al lugar que Raúl me indicaba, abrí el
cajón y observé una libreta gruesa de tapas negras sujeta por una fuerte goma.
Acto seguido me senté en el catre donde yacía Raúl y esperé sus instrucciones
—
¿Es esto Raúl?
—
Sí… es mi diario, de toda mi vida. Desde el momento
que ya no esté…puedes hacer lo que más te convenga con él.
—
¿Seguro?
—
Eres la persona más indicada… ¿no crees?
—
Otra cosa… ve a la última página…verás un papel
doblado, ábrelo.
Abrí el
diario por donde me dijo y sí, observé un papel doblado al tamaño de la
libreta, lo abrí y se lo enseñé.
—
No… es tuyo, tienes que quedártelo … es mi testamento.
—
Como que es mío, ¿que quieres decir?
—
Mira Daniel… es todo lo que tengo, había pensado
donarlo a una O.N.G., pero creo que tú vas a hacer buen uso de ese dinero, lo
dejo en tus manos.
—
Otra cosa… esta cabaña también te la daría, pero es
una especie de concesión de los dirigentes de este parque natural hacia mi
persona… el trato era que cuando la dejara pasaría a ser un refugio forestal…
—
Por favor Raúl… para de hablar, no te agotes… creo
que te estás precipitando.
—
Nadie mejor que uno sabe cuando llega la hora
Daniel… no te preocupes.
—
Ya para acabar… por favor, dile a Antonio que
cuando sea el momento, suba y recoja de la cabaña todo lo que considere
necesario… ¿no te importa?
—
Como me va a importar… claro que lo haré… pero por
favor ahora descansa.
—
Ah… te agradecería que no me dejes… es mejor morir
acompañado, ¿no crees?... y por supuesto que no quiero ninguna ceremonia
religiosa en mi entierro, encárgate de que mi cuerpo sea quemado, no quiero
descansar en nicho alguno, tengo claustrofobia… ahora te haré caso, voy a
descansar…gracias por todo Daniel.
Tras decir todo eso emitió una sonrisa y se quedó
en calma… Le dejé tranquilo en su catre y salí al exterior. Las gallinas
seguían picoteando como si nada estuviera pasando, el sol en su sitio, los
árboles también, el huerto seguía su ciclo de crecimiento, los olores eran
intensos y el aire limpio, todo era vida… y sin embargo él se estaba muriendo…
me senté sobre un pequeño promontorio de tierra
y empecé a llorar.
La agonía duró un día entero, cada vez su
respiración era más débil. Prácticamente no me separé de su catre, de vez en
cuando le mojaba los labios y le observaba. Tenía los ojos entornados, como si
esa pequeña apertura representara el halo que todavía tenía de vida. En
ocasiones los abría y cuando me veía a su lado intentaba ofrecerme una sonrisa.
Pese a su estado estaba relajado, como si esperara el momento con absoluta tranquilidad.
Pasé la noche sentado a su lado, tomándole la mano casi todo el rato. Ya estaba
amaneciendo cuando caí rendido por el sueño doblándome sobre la silla. Dí un
brinco sacudiéndome el sueño y dirigí mi mirada hacia él. En ese momento abrió
los ojos, me miró fijamente, sonrió y dio un profundo suspiro… fue como si su
alma se hubiera despegado del cuerpo en ese instante. Quedó con el rostro
relajado, los ojos abiertos y con la plácida sonrisa marcada, petrificada en su
cuerpo… no tengo ninguna duda de que acababa de morir en paz.
De repente, el ambiente en la cabaña se transformó,
fue como si se hubiera llenado de flores olorosas. No tuve necesidad de llorar,
el ciclo de su vida se había completado, y lo que más me tranquilizaba era que
Raúl no pasó sus últimos días en soledad, se lo merecía. Vivió y murió como
quiso y en donde quiso.
Debía de reaccionar, bien es cierto que me
encontraba sereno porque entendía que no acababa de vivir una tragedia, en
absoluto, pero algo había que hacer de inmediato. Cubrí el cuerpo de Raúl con
la sábana, me aseguré de cerrar bien la cabaña y marché pitando hacia
Mozarrejo.
Tuvo que llegar un helicóptero con el forense
dentro para certificar el cadáver y posteriormente llevarlo hasta la morgue del
pueblo. Al día siguiente fue el entierro. Avisé al director de mi periódico,
quiso estar presente al igual que muchos de los habitantes del pueblo. Ni que
decir tiene que a través de nuestro periódico la vida de Raúl iba a adquirir de
inmediato la notoriedad que merecía, bien como ejemplo para la sociedad, bien
como un merecido homenaje hacia su persona.
Como punto final a esta historia, solo indicar que
en la explanada de la cabaña donde vivió Raúl sus últimos días, ahora
convertida en refugio forestal, figura un pequeño monolito en su memoria y
grabada una poesía que yo mismo me encargué de realizar:
Largo fue el camino recorrido
para llegar a un tranquilo final.
Luchó por sembrar en tierra estéril
y costoso fue el fruto recogido.
Cansado, vacío por tanto ahínco,
se fue triste… pero no vencido.
Ya viaja tras las tierras fértiles
…pero nos dejó aquí una semilla
del fruto que no siempre cuajó.
Lo regaremos con mimo y cuidado,
y cuando florezca el fruto honesto y altivo,
lo expandiremos a los cuatro vientos
para que los nobles recuerden,
que ningún esfuerzo, es en vano
“A la memoria de Raúl Expósito”
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