... La estancia esta vez se prolongó dos semanas y
pudiera haber sido más días, pero decidí que ya estaba bien así. Por supuesto
que en ese tiempo aproveché la más
mínima ocasión para avanzar en el conocimiento de su vida, como aquella tarde
que le pillé un tanto taciturno mientras se preocupaba de dar de comer a las
gallinas. Raúl era un hombre perfectamente adaptado a ese medio y parecía gozar
de excelente salud, claro que ya tenía setenta y cinco años y eso era algo que
por lo menos a mí me preocupaba.
—
Raúl, ¿has pensado en dejar este bosque alguna
vez?... quiero decir, que te vas haciendo mayor y…
—
Ya me he hecho mayor Daniel, eso me tiene sin
cuidado.
—
Pero es que sigo sin entender tu obstinación por
permanecer aquí.
—
Eso es
algo que solo me pertenece a mí decidir, yo estoy bien aquí, te lo he comentado
un millón de veces.
—
Vale, vale… por cierto, nos quedamos el año pasado
en que habías dejado de colaborar en aquella ONG…
—
Ya salió el aspirante a periodista…
—
Pero es que no te das cuenta que tú lo provocas con
tu silencio, con tu discreción. Creas una sombra de misterio que añade un
sinfín de interrogantes. Me interesa saber de tu vida, es así de simple.
—
¿Y porqué tanto interés?
—
Que me dijiste cuando hace unos días llegue hasta
la cabaña sin necesidad de ayuda, por primera vez. ¿No te acuerdas?, que este
entorno ayuda a despertar los sentidos, la intuición…
—
Vaya, ahora resulta que eres tú el que resulta
difícil de descifrar.
—
No te hagas el longuis… nada es casual, no estás
aquí por casualidad, yo no me perdí hace tres años por casualidad, todo esta
ligado.
—
¿Todo eso se aprende en el primer grado?
—
Se aprende viviendo, tú me lo has demostrado,
además ya tengo veinte años, no soy un mozalbete.
—
Veinte años, caray, quien lo diría…Vale, que crees
tú que hace un hombre hecho y derecho a los 47 años tras haber pasado un montón
de vicisitudes…
—
Pues eso es lo que quiero que me cuentes.
—
Descansar, buscar la calma. Tomé una parte de mis
ahorros y marché lejos, al lugar más recóndito que encontré a pasar una
temporada. Estuve unos cuantos meses en Rangiroa, una isla en la Polinesia
Francesa.
—
¿Y al volver?
—
Necesitaba continuar con la calma, estaba cansado
de luchar…En mi última misión en Somalia conocí a una doctora belga diez años
menor que yo, Alessia…
Observé como a Raúl, tan solo pronunciar ese nombre
se le entrecortaba el habla, dudó unos instantes y se calló. Procuré ser
discreto, el recuerdo de esa mujer, sin duda le había turbado.
—
Esa mujer debió
de ser importante en tu vida.
—
Sí, claro que
sí… pero si no te importa prefiero que lo dejemos aquí.
Raúl, dejó las gallinas, la conversación y se
apartó de mí para esconder su emoción en los lindes del bosque. Al cabo de un
rato, como si se hubiera despejado volvió hacia donde yo estaba y me conminó a
seguir con las labores. Preferí no continuar con mis preguntas, sin duda
habíamos llegado a un aspecto de su vida un tanto peliagudo a juzgar por como
le había afectado tan solo pronunciar el nombre de Alessia.
Volví a Mozarrejo, Raúl me acompañó tan solo un
trecho del camino. Le recordé que ya él me había aceptado como ciudadano de
este bosque y que ya no necesitaba pasaporte para entrar, lo cual llevaba
implícito el permiso para volver cuando quisiera. Él, simplemente asintió con
la cabeza a la vez que sonreía…
Podría extenderme mucho más en lo que es mi vida en
la universidad, pero no lo encuentro relevante. Estaba perfectamente adaptado y
no me costaba gran esfuerzo superar los créditos, esta vez ya en segundo grado.
En la panadería ya parecía el rey, llevaba unos cuantos años y todo el mundo se
congratulaba con mi presencia. No solo me trataban bien sino que me daban todas
las facilidades del mundo para que no perdiera el hilo en mis estudios. Que
diferencia a aquellos años en el colegio… pero así parece ser que es la vida,
si te lo crees puedes lograr tus objetivos. Si te quedas parado y acongojado,
pierdes. Por supuesto que gran parte de esta filosofía no es mía, sino
adquirida de Raúl a través de todas las horas que hemos estado en contacto.
Por supuesto que no esperé al verano para volver a
la cabaña. Ya era autónomo e independiente. Cuando me apetecía, de tanto en
tanto, tomaba el autobús un fin de semana y llegaba a Mozarrejo. Solía
encontrarme con Antonio, más que nada por si podía aprovechar el viaje para
llevarle algo a Raúl. Al llegar yo a su lado, él adoptaba una postura tontorrona
cuando le alcanzaba lo que Antonio me había facilitado, pero todo era una mera
postura. En el fondo seguro que lo agradecía porque ya sus años debían de pesar
lo suyo y no creo que le apeteciera demasiado andar y andar hasta llegar al
pueblo.
Yo creo… solamente creo, que Raúl, en el fondo
deseaba mi presencia, lo agradecía sin agradecerlo, podía entenderlo tan solo
mirar a sus penetrantes ojos azules. Aquellos esporádicos fines de semana eran
para mí como una exquisitez. Gozar de la naturaleza en un estado casi salvaje
era una perfecta desconexión con la vida intensa que llevaba…y esa precisa
reflexión, era lo que podía explicar, quizás, la razón por la que Raúl había
decidido aislarse en ese bosque.
Por supuesto que me acordaba de Alessia, esa
misteriosa doctora que Raúl había conocido en Mogadiscio y de la que no quería
hablar. Si alguna vez yo intentaba preguntar sobre ella, el esquivaba el tema.
Como notaba, claramente, que el recuerdo de esa mujer le producía dolor, yo no
insistía y procuraba desviar la conversación. Lo que no cabía duda es que
Alessia había sido una parte importante en la vida de Raúl, aunque él no
quisiera hablar de ella. Yo había conseguido conocer su vida hasta los cuarenta y siete años, cuando tras sus experiencias en la O.N.G. decidió
desconectar unos meses en aquella isla de la Polinesia Francesa. Si intentaba
saber más, él se limitaba a decir que entró en una época de calma y sosiego,
que siguió ejerciendo como abogado hasta que decidió jubilarse. Lo que me
extrañó sobre manera era la expresión de su rostro, cuando pronunció la palabra
“jubilarse”, había cierto rictus de amargura.
Por alguna razón, existía una tremenda laguna en la
vida de Raúl hasta su decisión de aislarse en la cabaña. No acababa de entender
su obstinación por no contarme el resto de su existencia. Mi opción ante su
mutismo, era respetar su silencio…que otra cosa podía hacer, pero el misterio
seguía allí.
Otra interesante curiosidad que había observado,
era que en ocasiones, cuando hablábamos y se dirigía a mí, se le escapaba la
palabra: “hijo” e inmediatamente rectificaba para pronunciar mi nombre.
“Daniel”, sin duda era señal del aprecio que me profesaba, algo que por
supuesto era recíproco.
X
Cierto día al salir de mis clases en la
Universidad, pensando en Raúl, no es que se me encendiera una luz, sino que
entendí con claridad que había llegado el momento de investigar de lleno en la
razón de su misterio, bastaba con entrar en Google, algo que por respeto a su
persona no me había atrevido a hacer todavía. La idea era que siendo en su momento Raúl Expósito un personaje
público, dado que fue diputado durante dos años en las Cortes, sin duda que
debería existir información de él a través de las redes.
Nada más llegar a casa, encendí el ordenador y puse
su nombre en un portal de búsqueda. Y lo encontré, claro que lo encontré, el
video de su famoso improperio a unos
miembros del parlamento que lo acosaban desde la bancada. El reaccionó de la
siguiente manera: “Quieren callarse…
estoy hablando con el ministro y no con ustedes…ustedes van en coche y con
guardaespaldas, yo voy a pie… ustedes
han controlado siempre el poder, y ahora lo que les jode es que los que siempre
hemos estado torturados por la dictadura podamos hablar… ¡Váyanse ustedes a la
mierda, a la mierda joder!
Por supuesto que ese descubrimiento actuó como
acicate para seguir investigando sobre la vida de Raúl. Puse su nombre en el
portal de búsqueda junto con el de Alessia y el resultado fue sorprendente. Lo
que acababa de descubrir me dejó de piedra, completamente estupefacto. Una
serie de noticias del año 2010, hablaban sobre un terrible accidente
automovilístico ocurrido en una determinada carretera, los implicados eran por
una parte un todo terreno conducido por una persona muy influyente y
archiconocida en el mundo empresarial y político; y por la otra parte, un
utilitario conducido por un matrimonio y su hijo de dieciocho años. Lo dramático era que en ese accidente
falleció la mujer y el joven, mientras que los dos conductores quedaron
malheridos. La mujer se llamaba Alessia y el joven Daniel.
Dios… Dios, que mal “rollo”“, pero no todo acababa
ahí. Hubo un juicio, mucha polémica previa… se decía que el conductor del todo
terreno iba drogado y con altas dosis de alcohol en su sangre… se decía que era
Raúl el conductor que había invadido el
carril contrario… se decía que en el juicio, misteriosamente desaparecieron las
pruebas que implicaban al conductor supuestamente drogado…Raúl, tras salir del
hospital con una importante cojera, una
vez se sacudió parte de la tragedia, defendió con uñas y dientes su postura de
que fue el todo terreno el que invadió el carril contrario, él intentó
esquivarlo y el impacto fue contra la parte derecha de su vehículo donde se
encontraban su mujer e hijo…Hubo medios que mencionaron su pasado de
delincuente y malcarado en su función política… hubo medios que tenían muy
claro quien era el culpable y que por supuesto iba borracho y drogado… hubo
medios que se escandalizaron por la desaparición de las pruebas… hubo medios
que salpicaron a Raúl con la mentira. Y finalmente hubo un juicio, donde el
potentado e influyente personaje público solo fue condenado por conducción
temeraria, bajo el pago de una fuerte multa compensatoria y solo dos años de
cárcel, de los que no pasó ni un solo día en la celda. Y ahora que… como le
explicaba yo a Raúl que lo sabía todo.
Durante los dos años siguientes que duraron mis
estudios de periodismo, que por cierto concluyeron con excelentes notas, fueron
muchos los fines de semana y periodos vacacionales que pasé en la cabaña de
Raúl. En todo ese tiempo fui capaz de guardar celosamente toda la información
que había acarreado sobre esa parte de su vida de la que no quería hablar.
Cierto que en alguna ocasión hacía insinuaciones para ver si el se decidía a
contar algo, pero todo era en vano. Y la verdad, es que viendo a aquel anciano
ya de 79 años, feliz en aquel entorno, y contento con mi presencia, no me
quedaban muchas ganas de insistir.
Pero dicen, que los secretos son difíciles de
guardar eternamente, tarde o temprano salen a la luz. Ocurrió el día que le
anuncié no solo mi licenciatura, sino que había sido admitido como becario en
un periódico digital, con muchas posibilidades de ser aceptado en
plantilla. Íbamos paseando tranquilamente
por el bosque cuando me decidí a contarle todo lo que sabía.
—
¿Estás seguro de que te admitirán?
—
No se puede asegurar nada, pero tiene muy buena
pinta, con decirte que he dejado mi trabajo en la panadería.
—
Has jugado fuerte, ¿no crees?
—
La cuestión es que creo en mí mismo Raúl, estoy
decidido a ser un buen periodista.
—
¿Te pagan algo?
—
Miseria… pero creo firmemente que les he impactado
y acabarán admitiéndome en plantilla. Es un periódico “cañoso” y que no se
corta a la hora de dar noticias, algunas de ellas verdaderamente escandalosas.
—
¿Escandalosas?... no será periodismo amarillo.
—
¿Acaso tú me crees capaz de eso?
—
Por supuesto que no.
—
Por escandalosas me refiero que no les importa
investigar sobre la corrupción política y exponerse a represalias, por ejemplo.
Ocurre que detrás tienen a un montón de suscriptores que les apoyan en su
labor.
—
Interesante…
—
Por cierto Raúl… y hablando de periodismo, hay algo
que te debo de contar, no puedo ni debo guardarlo más, porque hace tiempo que
lo sé.
—
¿A que te refieres Daniel?
—
Me refiero a ti… estás ya hablando con un futuro
periodista de investigación, no me importaría hacer una tesis sobre tu persona,
pero por supuesto que no lo haré, aunque sería muy interesante.
Raúl, en esos momentos me miró fijamente, ninguna
duda de que captó perfectamente por donde iban mis comentarios, se lo olió.
Puso cara de circunstancias y luego se relajó porque sin duda entendió que lo
que le iba a contar era inevitable.
—
Lo sabes… hace mucho que lo sabes sin duda, y te
agradezco que no lo hayas soltado en todo este tiempo.
—
Que quieres decir, ¿Qué hace tiempo que tu sabes
que yo lo sé?
—
Por supuesto, ¿o crees que no te conozco?
—
Lo averigüé hace ya dos años y puedo entender todo
tu dolor y frustración.
—
Aquello ya pasó…casi ya lo había olvidado y tú me
lo recuerdas otra vez.
Raúl se puso triste, muy triste, como si todo aquel
dolor causado por un individuo inconsciente volviera otra vez, de golpe, como
si cayera a plomo el recuerdo. Yo me quedé cortado, sin saber que decir, pero
fue él quien se preocupó que calmar mi ánimo soliviantado por mi inevitable
intromisión.
—
Daniel… que casualidad. Nunca te lo he dicho, pero
cuando te encontré en el bosque enseguida me recordaste a mi hijo, y cuando
supe que te llamabas como él, la verdad es que en ese momento te adopté. En
cierto modo, has obrado un milagro con tu constante presencia, el milagro de
ver en ti todo lo que pudiera haber sido mi hijo.
—
Bueno, sin saberlo y tan pronto como entendí que me
aceptabas, solo había una cosa que circulaba por mi cabeza, no defraudarte.
—
Y lo has logrado muchacho, lo has logrado.
—
Por cierto Raúl…cuando entras en Internet en busca
de alguna noticia, todo parece contradictorio en función de los intereses de
las diferentes partes que pudieran entrar en un conflicto. Pero estoy
completamente seguro de que tu versión de los hechos es la verdadera.
—
¿Por qué dices esto?
—
Porque quiero que tú, solo tú me lo confirmes.
—
Ese desgraciado y miserable se salió con la suya,
ni tan solo se si debe de tener conciencia o remordimientos… pero sabes una
cosa Daniel, no es más doloroso el hecho de perder a dos seres queridos, como
la ignominia que he tenido que soportar por parte de un sector de la sociedad.
—
¿Por eso estás aquí?
—
¿Tú que crees?
—
Que lo entiendo… ¿pero no crees que es como una
rendición?
—
No Daniel… es un desahogo. Yo ya he trabajado para
que el Mundo sea mejor. He tenido tantas cosas en contra, he luchado tanto para
no tener que alimentar al lobo malo que llevo dentro, para no tener que odiar, para
no quedarme con el error de que la vida es una mierda, que no me ha quedado otro
remedio que aislarme en donde solo la naturaleza me podía recoger… ¿lo entiendes?
—
Sí, claro que lo entiendo Raúl.
—
Mira… de esa parte de mi vida que nunca te he
contado, me quedo con esos diecinueve años de felicidad al lado de Alessia y
Daniel, eso ya nadie me lo podrá arrebatar…
—
¿Puedo saber como empleasteis ese tiempo?
—
Claro…Alessia decidió trabajar en un hospital
público, decía que la sanidad de este País era de lo mejor que conocía y había
que protegerla…Mientras que yo trabajé mayormente en un colectivo de abogados
especializados en servicios sociales y cooperativas de Trabajo, a la vez que
asesorábamos a diferentes organismos no gubernamentales dedicados a solucionar
o intentar solucionar problemas de índole humanístico… Cuando nació Daniel, el
fue la prioridad, y tan pronto como se fue desarrollando, en los periodos
vacacionales, como complemento de su educación, nos lo llevábamos a otras
partes del Mundo para que conociera diferentes realidades.
—
No puedo imaginar lo duro que debió ser perderlos…
—
Por eso estoy aquí, lejos de todo y de todos, para intentar vivir lo que me queda, en paz.
¿de que sirve quedarse solo con el dolor?
Y yo… que podía decir. No hacían falta más
palabras. Solo se me ocurrió una cosa para mitigar aquel momento de intensidad
emocional. Me acerqué a su cuerpo y lo abracé mientras resbalaban lágrimas por mis mejillas. Raúl
era un tipo duro, sin duda. Aceptó aquel abrazo con un semblante estoico y me
calmó.
—
Está bien, está bien muchacho, sigamos caminando,
no es momento de blandenguerías.
Me sacudí las lágrimas justo cuando Raúl casi
machacaba mi espalda con una palmada, me estaba dando ánimos. Curioso que
pareciera que fuera yo el más perjudicado por haber desvelado ante su presencia
el misterio de su estancia en la cabaña. Pero lo que más me había impactado es
el hecho de que prácticamente desde la distancia me hubiera adoptado pensando
en su hijo. Me sentía muy orgulloso de
no haberle defraudado...
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