miércoles, 17 de abril de 2019

Novela: "La senda del Porvenir" (Parte12)

...  Que rápido pasa el tiempo cuando lo ocupas, sin darme cuenta habían transcurridos siete meses llegado el mes de Mayo. Sonaba la hora de los exámenes de fin de curso. Siempre he tenido terror a ser examinado, “Es que no basta con estudiar en el curso, para que parezca que te lo juegas todo a una carta en un examen final”, esa es la idea que rondaba por mi cabeza.

Claro que había logrado realizar uno de mis objetivos, dejar de estar en babia y centrarme en mis ocupaciones, para ello el trabajo me había ayudado, el taller de escritura también porque en ese espacio podía desarrollar la imaginación y sujetarla a unas técnicas determinadas… y porque no decirlo, que sí, que la psicóloga también ayudó lo suyo dado que era una perfecta válvula de escape a mis preocupaciones, lo que es escuchar me escuchaba lo suyo aunque ella no me planteara apenas soluciones. En cambio mis padres, pues como decirlo… parecían pasar de mí y se conformaban con verme tranquilo, el poco espacio de tiempo que solía aparecer por casa.

A todo esto llegaron por fin los exámenes malditos, y aunque yo creía que el curso lo llevaba bien, pues había que demostrarlo en un espacio temporal de poco más de una hora por asignatura. Me enfrenté con toda la serenidad que pude a unos papeles sobre el pupitre, para rellenarlos contestando a preguntas, desarrollando temas, resolviendo problemas o poniendo crucecitas a una breve lotería de respuestas. No salí con malas sensaciones de los exámenes, faltaban las notas definitivas para lo que había que esperar un breve tiempo. Como explicar la sensación de ansiedad, de temor a que no todo saliera como esperaba a pesar del esfuerzo desarrollado en todo el curso. Tenía que ver por supuesto con mi aciago historial de “cates” y más “cates”.

El día que fui a recoger las notas, estaba tan nervioso como si fuera a recoger una sentencia. Me temblaba el pulso al abrir el sobre porque sabía lo mucho que me jugaba por varias razones: la primera y fundamental era la promesa realizada a Raúl y las ganas que tenía de ir a verle con un resultado; la segunda porque no decirlo,  y quizás más importante, demostrarme a mi mismo que era capaz de superar tanto desastre académico, de demostrarle a todo el mundo que yo no era un negado para los estudios. Por fin me decidí a visualizar el resultado… no, no era posible lo que estaba viendo: siete, siete y medio, ocho, hasta un nueve, ninguna nota bajaba de un notable… cerré el puño y grité con todas mis fuerzas ¡¡¡¡BIEN!!!  Los compañeros que rondaban por ahí al lado pensaron que me había vuelto loco. Salí a la calle dando botes de alegría.

Aquella tarde llegué a casa con un semblante la mar de risueño, todavía no había llegado mi padre. Mi madre ya conocía que ese día tenía previsto ir a recoger las notas, por lo que no tardó en preguntarme como me había ido. Le contesté abriendo el sobre para que viera el resultado, y ella con cierta frialdad si lo comparamos con mi alegría, se limitó a decirme: “Que bien hijo, que bien”… y ya está. No aprecié en su frase ningún reconocimiento a mi esfuerzo, como si todo hubiera sido fácil y sin contrastarlo con mí largo historial académico de suspensos.

No tardó en llegar mi padre… le ofrecí el resultado con mi mismo semblante risueño con que había llegado. Miró el sobre, sin que en su rostro figurara el más mínimo signo de escepticismo. Tardó un tanto en reaccionar, como si le costara creer lo que estaba viendo, y por fin me sorprendió con una extraña frase:

     Y esto… porqué no lo hiciste antes, ves como tenía razón, que eras un vago.

Me quedé de piedra, sin saber que decir, hasta que reaccioné diciéndole:

     Pero papá, lo que importa es que he sido capaz de aprobar…

     Tarde, muy tarde, siempre tarde hijo… esto tenías que haberlo hecho antes, que para eso te pagamos los estudios… cuanto tiempo has desperdiciado.

No quise insistir más, para qué, nunca me habían entendido y seguían sin hacerlo, como si lo único que importara fuera el dinero que habían desperdiciado pagándome los estudios anteriores. Pero en fin, reconocido o no, ese era mi logro.

Una agradable noticia, fue conocer que me correspondían casi un mes de vacaciones por mi trabajo en la panadería. Les pedí que por favor fuera en verano y antes de comenzar un nuevo curso escolar. No hubo problema para que se me concedieran en el mes de Agosto. Tenía una poderosa idea en mente y una gran duda, ¿me dejarían mis padres realizarla?

Hablé con ellos, les pedí que me posibilitaran ir a visitar a Raúl, le debía mucho por haberme ayudado en el bosque tras haberme perdido. Mi padre extrañado por mi petición decidió interrogarme:

     No veo a que viene a cuento tanto interés, ese hombre te ayudó a salir del bosque, tal como tú contaste. Eso no tiene ningún mérito, cualquiera lo hubiera hecho.

     ¿Y no te parece motivo suficiente para estarle agradecido?

     Me parece una simpleza, déjale tranquilo en su bosque.

     Ya… pero yo quiero ir

     No veo porqué.

     Es mi voluntad papá

     Mientras no seas mayor de edad, estás bajo mi tutela, no voy a permitir que vuelvas a hacer más tonterías.

     Pero que dices…  Es que no comprendes que he cambiado. Pregunta en la panadería. Acaso no has visto las notas. Ahora soy más responsable, debes de confiar en mí.

     Me cuesta confiar en ti hijo.

     Pues haces mal papá, muy mal. Mira… una cosa, te guste o no, no lo vas a poder impedir a no ser que para ello  tengas que atarme. Voy a ver a Raúl, sí o sí.

     Vaya, ahora eres un gallito…

     No papá… me equivoqué, os pedí perdón y he reaccionado. Tan solo quiero volver a verle, creo, creo que le debo mucho.

     Y eso como debo de entenderlo.

     Quizás no os supe contarlo todo, pero ese hombre, Raúl, no solo me encontró en el bosque y me ayudó, es que además consiguió que reflexionara… y ya ves tu mismo los resultados.

     Ya… ósea que valen más los consejos de ese hombre que los de tus propios padres, apañados estamos.

Al escuchar esas palabras, me quedé mudo. No entendía a mi padre ni tampoco a mi madre que continuamente guardaba silencio escuchando toda la conversación. Tampoco ellos parecían entenderme a mí. Claro que algo había cambiado. El hecho de haber aprobado el curso con tan buenas notas y la circunstancia de  que estuviera bien considerado en la panadería, me daba una tremenda seguridad, así que insistí.

     Bien, ¿me dejáis ir sí o no?

Mi padre se quedó un rato pensativo… al final tomó una decisión.

     Haz lo que te de la gana… pero te quiero tener en todo momento localizado. Vete si quieres pero llévate el móvil y haznos saber siempre donde estás.

      De acuerdo… saldré mañana mismo. Tomaré el autobús hasta Mozarrejo  y pasaré por la cabaña de Raúl con la ayuda de gente del pueblo. No se si solo le veré ese día o permitirá que me quede algún día más.

     Tú mismo…pero si vuelves a cagarla, yo no me hago responsable de nada.

     Papá, por favor, confía en mí.

Y aquí acabó la conversación. Al día siguiente, mi madre muy solícita me ayudó a hacer la mochila con múltiples bocadillos, ropa, linterna etc. y me despidió con su típica frase: “Ten cuidado hijo”. A mi padre ni le vi el pelo. Temprano salí de casa para coger el autobús de línea que salía a las siete de la mañana.

Llegué a Mozarrejo, bajé del autobús y desde la parada, andando tomé el desvío hacia el pueblo que quedaba a escasos cinco minutos. Me dirigí directamente a la panadería a buscar al amigo de Raúl, no sin antes y tal como habíamos quedado, llamar a mis padres para indicarles mi situación.

El panadero Antonio, que así se llamaba, me reconoció enseguida y por supuesto que no le costó nada intuir la razón de mi presencia. Me invitó a comer tras indicarme que a primeras horas de la tarde me ayudaría a llegar hasta la cabaña de Raúl.

Tomamos el coche y recorrimos los pocos más de cuatro kilómetros hasta encontrar la senda en el bosque que nos llevaría al destino. Antonio dejó el coche aparcado y empezamos a andar. El primer problema surgió cuando él me indicó que poco más allá de donde nos encontrábamos perderíamos la cobertura del móvil. Por esa razón decidí comunicárselo a mis padres. Suerte que Antonio tras haber hablado yo con él, comprendió la situación y me indicó que me ayudaría. Cuando llegara de vuelta al pueblo les llamaría para comunicarles que todo estaba en orden.

En el trayecto por el bosque, mientras nos acercábamos a la cabaña, aproveché para hablar  sobre su amigo Raúl.

     Sabes Antonio, los dos días que estuve con él  aprendí muchas cosas.

     No me extraña muchacho,  Raúl es un hombre sabio…

     Ya… ¿te contó algo sobre mí?

     Solo me dijo que tenía claro que volverías… por eso no ha sido ninguna sorpresa verte por la panadería.

     Pues me alegra oírlo, espero ser bien recibido.

     No lo dudes.

     Sabes Antonio… Raúl sigue siendo un misterio para mí… no quiso contarme la razón por la que él está viviendo solo en la cabaña, aislado del mundo…Tú debes de saber porqué.

     ¿Dices que él no te lo contó…?

     Exacto.

     Pues debemos respetarlo…él tiene sus razones efectivamente y solo a él corresponde explicarlas a quien quiera…yo, como su amigo no puedo decir nada más.

     Vale… lo entiendo.

Durante el trayecto por el bosque, yo apenas recordaba algún que otro pasaje. Llegamos a tomar varias bifurcaciones, por lo que seguro que de haber ido solo dudo que hubiera llegado a la cabaña. Tras algo más de dos horas de caminar sin parar, Antonio se detuvo ante un desvío que indicaba el nacimiento de una nueva senda. Me dijo:

     No tienes pérdida alguna. Sigue la senda y no te apartes de ella, es muy clara. Tardarás algo menos de una hora en llegar. Yo te dejo aquí, prefiero que le des una sorpresa… ah, y dale recuerdos míos junto a estos dos paquetes de harina..

     Está bien lo haré… gracias por todo Antonio.

     Nos vemos a la vuelta muchacho.

Me pareció reconocer esa senda, era muy marcada solo tenía que seguirla sin encontrar más encrucijadas. Llevaba buen ritmo porque tenía unas ganas locas de llegar. En menos un una hora ya estaba enfrente del claro donde se encontraba la cabaña.

En principio no vi a nadie, la cabaña estaba en silencio, pero  en mis oídos entraban todos los sonidos del bosque. Me adelanté tímidamente hasta la puerta, piqué con los nudillos y esperé. No me atreví a entrar a pesar de que no había cerradura alguna. Pasaron quizás diez minutos sin que Raúl apareciera. Me tranquilizó el ver a las gallinas deambulando por ahí y signos que indicaban que había vida en la cabaña. Por fin oí unos pasos que se acercaban por los lindes del bosque.  Era Raúl… Al verme no pareció sorprenderse demasiado, pero en su rostro se dibujó una sonrisa, como si hubiera estado esperándome todos esos meses. Con toda la naturalidad del mundo, lo primero que hizo fue preguntarme con su clásico chascarrillo:

     ¿Supongo que no vienes solo?

Pero yo ya estaba aprendido a conocerle y quise seguirle el juego.

     Ni idea de lo que quieres decir… a no ser que tenga que ver con algo que llevo en la mochila.

     Pudiera ser, tu sabrás…

     Bueno… primero de todo, me permites un abrazo.

     Esta bien, eso no hace daño.

Nos abrazamos sin demasiada efusividad pero sí con el suficiente afecto. No quise esperar más, saqué de mi mochila la camisa que él me dejó y se la entregué con una sonrisa pícara.

     Toma…

     Vaya hombre, gracias…pero no hacía falta.

     Me va grande y ya hizo su servicio, es tuya.

     ¿Y para eso has esperado todos estos meses?

     Por supuesto que no… a no ser que tú te conformes con que ese sea mí pasaporte para volver hasta aquí.

     Me temo que eso no sirve…

     Esta bien, está bien…

Busqué en uno de los bolsillos de la mochila, un cuadernillo y se lo enseñé con cierto aire orgulloso.

     Espero que esto sí sirva… éste es mi verdadero pasaporte  para llegar hasta aquí… recuerdo muy bien lo que me dijiste.


Raúl observó el cuadernillo de notas y sonrió con satisfacción. Aseveró con un movimiento de su cabeza y me lo volvió a entregar.

     Muy bien, muy bien Raúl… es un buen resultado, pero solo es el primer peldaño porque no puedes decaer en el esfuerzo, te quedan aún muchos por subir.

Nos sentamos en el banco adosado a la cabaña. La tarde tocaba a su fin. Raúl me miraba fijamente con sus ojos azules que parecían traspasarme el alma. No dijo nada, solo esperaba que fuera yo quien hablara. Por supuesto que le conté todo lo que había que contar y por supuesto que él se mostró satisfecho. No era hombre de muchas palabras Raúl,  pero las pocas frases que salían de su garganta eran lo suficiente precisas como para dejar una huella en mí. Mientras yo hablaba y hablaba de todo lo que me había acontecido esos últimos meses, él escuchaba atento sin dispersarse, y tan solo puntualizaba algún comentario para hacerme ver que andaba por el buen camino.  Por supuesto que me invitó a cenar y a quedarme esa noche en la cabaña, no había otro remedio. Lo que no sabía era el tiempo que estaría allí porque él nada me insinuó durante esa noche, antes de que decidiéramos irnos a dormir. 


Dormí como un lirón en el mismo lugar que meses atrás, en el suelo amortiguado su dureza por unas mantas. Desperté tan pronto aparecieron los primeros rayos de luz. Después de asearnos, nos dispusimos a preparar el desayuno, momento que aproveché para hablar con él...


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