...
—
Seguro que la “cagaste”
—
Yo no… bueno la “cagué por estar ahí. El caso es
que uno de los compinches llevaba una pistola. Hubo un fuerte barullo con el encargado
de la gasolinera, la pistola se disparó, el empleado cayó herido y nosotros
salimos a escape de ahí. Luego nos enteramos que había muerto.
—
Bueno… eso
sí que es fuerte… ¿y que pasó luego?
—
Mi primer instinto fue escapar, pero luego lo pensé
mejor y fui a hablar con la persona que me ayudó en el reformatorio. Se lo
conté todo.
—
¿Te denunció?
—
Era buena gente y sabía enrollarse. Me sugirió una
solución…Alistarme en el ejército como voluntario, más concretamente en la
legión. El se encargaría de elaborar buenos informes para que no tuviera
problemas en ser aceptado. Allí nadie me buscaría y cuando acabara el servicio
transcurridos dos años, todo se habría olvidado, de paso que cumpliría con la
obligación que entonces teníamos de realizar el servicio militar.
—
Que fuerte… la legión.
—
Ya, pero ni me sedujo el Cristo de la buena Muerte,
ni llegué a tatuarme “amor de madre” ni nada parecido.
—
Claro… tú no conociste a tu madre…perdón.
Sin duda había metido la pata, pero no pareció
afectarle, siguió con su exposición como si nada.
—
Muy gracioso… perdonado. Lo que te intento decir es
que en esos dos años para nada me sentí integrado en el espíritu de la legión…
Pero mejor que lo dejemos aquí. Acompáñame, quiero enseñarte algo. Está a menos
de una hora de camino.
Con un gesto enérgico me animó a que siguiera sus
pasos. Sus andares pretendían ser ágiles pero no lo conseguían del todo. Cuando
se desplazaba, la parte superior de su tronco se cimbreaba lateralmente. Sus
piernas algo arqueadas, se movían a un ritmo lento pero constante, y cojeaba
ostensiblemente de la izquierda. Seguimos el rumbo por una estrecha senda
bordeada de matorrales, encinas, robles y pinos. Se apreciaba mucha floración
en las múltiples plantas que aparecían en el camino y Raúl no dejaba de
indicarme el nombre de muchas de ellas. Yo escuchaba simulando atención, pero
la verdad es que no me enteraba de nada. Solo estaba pendiente de saber a donde
nos dirigíamos.
Por fin apareció ante nuestros ojos una enorme
casa, en un estado bastante ruinoso. Conservaba gran parte de sus gruesas
paredes pero estaba carente de techo, de puertas, de ventanas. Tenía dos
edificios adyacentes en el mismo estado ruinoso. Nos acercamos y fue entonces cuando Raúl me
indicó:
—
Como ves, poca cosa queda en pié. En su tiempo era
un importante asentamiento humano, una masía de la que dependía mucha gente.
Tenía caballerizas, establos para el ganado, y bastantes tierras de labranza.
Emplearon mucho tiempo y esfuerzo para plantar árboles frutales y para crear bancales
de cultivo, a base de realizar muretes de piedra seca, sin utilizar otra clase
de elementos que no fueran las propias piedras. Y ya ves lo que queda, nada… o
casi nada.
—
Y para eso me has traído aquí, para ver ruinas.
—
¿Tú que crees?
—
Ni idea…
—
Pues hazte a la idea de que todo esto representa el
pasado, nuestro pasado. Solo vestigios de lo que fuimos.
—
No se ni lo que pretendes, ni lo que me quieres
decir… es que no te entiendo.
—
Porque sigues ofuscado en tu pasado, porque no eres
capaz de reconocer el presente y dejar que tus sentidos capten la única
realidad, tu realidad, la única que te ha de permitir avanzar.
—
De verdad que no… que no te entiendo.
—
Mira Daniel, anclarse en el pasado es parecerse a
estas ruinas, no sirven ya para nada. Claro, que si somos los bastante
perspicaces como para reconocer los aspectos positivos de ese pasado, pues
siempre nos podemos beneficiar de algo… Sígueme por favor.
Claro, claro que Raúl pretendía decirme algo, eso
estaba claro, pero yo seguía ofuscado. Si me ponía a pensar, solo entraban en
mi cabeza ideas relacionadas con lo que me esperaba y lo que me esperaba no tenía que ser nada bueno. Para nada era consciente de los pasos que daba
ni de hacia donde me podían llevar. Se detuvo pocos metros más allá de las
ruinas para indicarme algo:
—
Que te parece, mira esto…
—
¿El qué?
—
Almendros, nogales, olivos, cerezos… siguen en pie
y dando frutos, algo de lo que me beneficio.
—
Cómo te beneficias de ello.
—
Verás, hace tiempo que lo descubrí y me dediqué a
cuidarlos. Estoy en cierto modo recogiendo el esfuerzo del pasado, lo positivo,
lo que me beneficiaba… ¿lo coges?
—
No…
—
Mira que eres boludo… ya veo que es inútil intentar
algo contigo. Anda volvamos a la cabaña. Comamos, descansemos, y si quieres continuaremos
hablando. Es la tregua, ¿recuerdas?
—
Sí, claro...la tregua.
Desandamos la senda hasta llegar a la cabaña. Esta
vez sí que encontré los suficientes ánimos para ayudarle a hacer la comida.
Mientras estábamos en la mesa, Raúl me explicaba cosas relacionadas con el
lugar donde vivía, por ejemplo, que todos los utensilios que utilizaba en la
casa eran de madera y fabricados por él, platos, tenedores, vasos, cuchillos,
cubos. Empleaba para ello en gran medida un arbusto llamado boj, de la que
extraía una madera más dura que la del roble, muy fina y pesada… En ningún
momento quiso tocar el tema de la tregua.
Luego de lavar los utensilios, preparó una infusión
a base de manzanilla y menta y nos la
tomamos los dos sentados en el banco adosado a la cabaña. Noté enseguida que
pretendía seguir con la conversación que habíamos dejado antes de visitar las
ruinas de aquella masía.
—
Vale, ya sé… estuviste en la legión.
—
Veinte años tenía cuando salí de ahí, y ahora tengo
setenta y tres. Han pasado…cincuenta y tres años.
—
Muchos son, cierto…
—
Aprecio por tu tono que parezca que te lo tomas a
“coña”
—
No, claro que no…pero es que no se a donde quieres
ir a parar.
—
Pues ha hacerte ver algo que no quieres ver…
—
¿y…?
—
Creo que un ciego ve más que tú.
—
Es posible…
—
Que crees tú que podía esperar no ya del futuro
sino de la propia vida, un mozalbete de veinte años, sin oficio ni beneficio,
sin más estudios que los elementales, sin familia, sin amigos, porque los que
tenía, algunos estaban muertos, otros en la cárcel, otros ni idea de donde
estaban tras haber pasado yo dos años en África, junto a gente que no me dieron
nada o muy poco.
—
Ni idea…
—
Pues le eché “cojones”, le eché “cojones” a la vida
muchacho, me enfrenté a ella y creo que le gané la partida, una partida que
parecía tener perdida… pero ya veo que eso no te interesa.
—
Me vas a perdonar… pero solo me interesa lo que me
pase a mí, no lo que te pasó a ti… de que me sirve conocerlo… ¿de qué?, acaso me vas a solucionar tú mis
problemas.
—
Hombre… casi lo aciertas. Yo desde luego que
no…solo existe una persona en la Tierra que te puede ayudar.
—
Pues no se donde se encuentra esa persona…
—
Cuando digo que tu boludez no te deja ver… vamos
que sigues ciego, o te interesa ser ciego, porque en el fondo te gustaría que
alguien te solucionara los problemas…
Lo había pillado, claro que lo había pillado, no
era tan tonto como para no hacerlo… pero como no poseía los suficientes recursos
para reconocer que la única persona que me podía ayudar tenía que ver con mis “entretelas”,
pues me hice el “longuis”…claro que Raúl parecía estar dentro de mi mente
cuando me dijo:
—
Lo sabes… claro que lo sabes…
—
¿el qué?
—
La forma de salir del agujero en que estás metido.
—
Si lo supiera ni estaría aquí, ni hubiera llegado
hasta aquí.
—
Vamos a ver muchacho, para empezar creo que no te
valoras lo suficiente, ahí reside el principal problema. Creo que te conozco
mejor de lo que crees…
—
Nadie me conoce Raúl… nadie.
—
Digamos que no te dejas conocer… pero lo haces
fatal.
—
Ya…
—
Mira, nadie sobrevive fácilmente en este bosque
tres días perdido, sin comida ni agua. Algo has tenido que hacer de tu parte…Piensa
que si llega a ser el mes de Febrero te hubiera encontrado ya tieso.
—
Como siempre, no se lo que quieres decir, ni ha
donde quieres llegar.
—
¡Que te valores, cojones, que te valores!
Bueno… la primera vez que Raúl alzaba la voz. Creo
que eso me espabiló hasta sacarme del aturdimiento que llevaba… Pero si es que
sabía perfectamente donde quería ir a parar, aunque lo más cómodo para mí era
hacerme el tonto, porque si reconocía en mí ciertos valores, pues significaba
que tenía que enfrentarme a la realidad, a mis miedos, a mi futuro. Significaba
que ya no me quedaba otro remedio que dirigirme con firmeza a la misma boca del
lobo, para comprobar si era o no devorado por la realidad.
—
Raúl, todo el Mundo piensa que soy un inútil, un
vago… que no tengo futuro, que soy un perdido, que no valgo para nada…
—
Y tú te lo crees… serás mameluco.
—
¿mameluco?
—
Mira, para que lo entiendas… mameluco es como
decirte que eres necio o bobo… pero en realidad los mamelucos eran esclavos
guerreros al servicio de otros… ¿te quedas con la copla?
—
Eres muy raro Raúl…muy raro.
—
Ya… por eso estoy aquí, pasando los últimos días de
mi vida en este lugar, para no tener que tratar con individuos tan inútiles como
tú.
—
Gracias… por lo de inútil, digo.
—
Pero es que tú solo te lo montas, chaval.
Otra vez silencio, un silencio penetrante que no
dejaba pasar ni los sonidos del bosque tan cercano. Me dio la sensación de que
estaba sacando a Raúl de sus casillas con mi actitud. Se me ocurrió que para
romper el hielo, lo mejor sería que él me siguiera contando su vida.
—
Raúl… no has acabado de contarme que sucedió
después de que salieras de la legión.
—
¿Acaso no dijiste antes que no te interesa mi vida?
—
Bueno era una forma de hablar… claro que me
interesa, por supuesto que sí… ¿por favor?
—
Está bien, quizás te sirva de algo. ¿Dónde
estábamos?... vale. No se si has oído por ahí que la justicia es lenta. El caso
es que justo acabar el servicio militar en la Legión, y llegar a la ciudad
donde siempre había residido, llegó a mis oídos que se iba a celebrar un
juicio. Me enteré que habían atrapado en su momento a mis compinches en el
atraco a la gasolinera. Estaban en prisión provisional desde hacía año y medio.
Lo grave es que habían implicado a uno de ellos que para nada intervino en el
atraco, lo habían confundido con mi persona…Quizás esto no te entre, pero entre
nosotros existe un particular código de honor, supe enseguida que nadie soltó
palabra para denunciarme, confiaban que salieran indemnes de la situación en el
juicio, gracias a sus abogados.
—
Problemas para ti, supongo.
—
Yo no era ni soy un mal bicho…aquel atraco fue un
error, no se debía de haber llevado una pistola… Si me apuras, esa acción nunca
debería de haber ocurrido, pero sucedió.
—
¿Y…?
—
Hablé con los abogados de mis antiguos compinches…
no era justo que alguien pagara por mí.
—
Ostras… ¿te entregaste?
—
Lo hice.
—
¿Y que pasó?
No hay comentarios:
Publicar un comentario