... De repente, mientras estaba abstraído por mi dolor,
oí una serie de ruidos muy cerca de mí que me acongojaron. Inmediatamente
pensé: “Lo que faltaba, un oso, un lobo,
un jabalí enfurecido, esto es el final”…Pero no, ningún animal estaba
acechándome. Una figura bípeda salió con soltura de entre la espesura, era,
Raúl.
—
Ya es la segunda vez Daniel… y espero que sea la
última.
—
¿Cómo, como has llegado hasta aquí?
—
No me lo has puesto difícil… sabía que seguirías el
arroyo y que te encontrarías con su final… a partir de ahí solo era cuestión de
seguir tus huellas… restos de tu camisa y pantalones, así como toda una serie
de arbustos recién quebrados me han guiado hasta tu presencia.
—
No puedo más… no puedo más.
—
Puedes, claro que puedes…Vamos a hacer una tregua…
¿Qué te parece?
—
No se bien que quieres decir…
—
Volvamos a la cabaña y lo entenderás.
Raúl me animó a incorporarme, lo hice un tanto avergonzado. “Vaya mierda de huida”
—Me dije— “Tendrán
razón todos que soy un inútil” No tenía otro remedio que seguir sus pasos.
El parecía caminar seguro burlando zonas que yo no había sido capaz de superar
dignamente. Observé que se dirigía a un punto que ya era conocido por mí. Se
detuvo para explicarme algo.
—
Aquí está el elemento que seguramente te ha
traicionado
Me mostraba decepcionado supongo que de mi mismo,
con la autoestima por los suelos. Ya parecía todo importarme un pito, otra
expresión que no era me mi cosecha, y que también estaba harto de oírla: “Es que todo parece importarte un pito” El
caso es que no presté atención a lo que Raúl me indicaba. Pero él tocó mi
hombro y orientó su mano derecha hacia el lugar donde el arroyo desaparecía de
la vista.
—
Aquí se produce la infiltración, ahora el flujo del
arroyo pasa a ser agua subterránea.
Sin mediar palabra me dije, “Y a mi que me importa el agua subterránea”
Raúl debió darse cuenta que yo no estaba para
explicaciones, así que mediante un gesto me conminó a seguirle hasta la cabaña.
En lo que quedaba de trayecto, ninguno de los dos pronunció frase alguna.
Cuando llegamos a la cabaña, la verdad es que yo no
sabía ni que hacer, ni como colocarme, si sentarme o continuar de píe, si
entrar en la cabaña o quedarme fuera… estaba realmente avergonzado, sentía
profundamente haber hecho el ridículo. Rul hizo un gesto para que me sentara en
el banco adosado a la cabaña y habló.
—
Todos nos
equivocamos, ¿no te parece?
—
Ya…
—
¿Pactamos la
tregua?
—
No te
entiendo…
—
Verás… Nos
vamos a olvidar del resto del Mundo por unas horas, no creo que eso afecte
mucho a la situación en que te encuentras. Solo estamos tú y yo, vamos a creer el uno del otro, a tener
confianza, lealtad y fidelidad… eso es una tregua.
—
Pues para mí
una tregua tiene que ver con la guerra…
—
Bueno… en ese
caso, que te parece si nos olvidamos de la guerra que llevas tú entre manos.
—
No se de que
guerra hablas…
—
Hablemos…
—
Hablemos… ¿de
qué?
—
De ti… ¿no te
parece?
Silencio…ni siquiera escuchaba los sonidos del
bosque, solo silencio. Bloqueo, sentía un tremendo bloqueo, presión en mi ánimo
a punto de estallar… Raúl se encargó de
romper mi mutismo, supongo que con la intención de ayudarme.
—
¿Cuál es la razón?
—
¿Razón de qué?
—
De tu huida… de tu huida hacia delante.
—
No se que es eso, ni me importa…
—
Claro que te importa… a veces, queremos salir de
una situación problemática, conflictiva o difícil de esta manera…intentamos
solucionar lo que nos agobia con actitudes que parecen resolutivas, pero que en
realidad no hacen más que posponer el momento en el que no nos quede más
remedio que cambiar el rumbo, y de paso, vencer los miedos. En definitiva, huir
no soluciona el problema, solamente lo pospone.
Escuché atentamente las palabras de Raúl, no las
acabé de entender del todo, pero me quedé con su última frase: “Huir no soluciona el problema, solamente lo
pospone”.
—
Y tú… ¿como sabes que estoy huyendo?
—
Porque sabes que yo lo sé…
Y fue entonces cuando lo entendí… no pude más
aguantar la presión que me embargaba y estallé, de rabia, de desesperación. No
podía hablar, solo gemir y dejar que las lágrimas resbalaran por mi cara… Raúl,
suavemente me envolvió con su brazo. Noté que lo hizo con sumo cuidado, como si
intentara aplacar con ello mi angustia… y me acordé de su sugerencia:
¿hablemos?
Y hablé, claro que hablé…tuve que contarle todos
mis miedos, desde la sensación de que nadie me entendía, de lo mal que me
sentaban los estudios, las reprimendas paternas y de profesores, la
prácticamente nula relación con mis compañeros de clase, la insatisfacción
hacia todo lo que me rodeaba, la imagen que tenía de mi mismo de ser diferente,
un bicho raro… y justo en ese momento Raúl me cortó.
—
Sabes Daniel… te estoy escuchando y la verdad es
que no me das pena.
Como me encontraba en pleno desahogo, quizás porque
por primera vez había aceptado o encontrado a alguien me escuchara, en un tono
espontáneo, natural, y extrañamente relajado a pesar de mi disimulado cabreo,
le inquirí:
—
No… ¿por qué?
—
Porque tienes diecisiete años… Creo que dijiste.
—
Si… eso te dije, es que no te enteras.
—
Me entero, algo me entero… ¿Sabes donde estaba yo a
esa edad?
—
No…ni me importa.
—
En un reformatorio… ¿y sabes cual es mi apellido?
—
No claro tío, claro que no…
—
Vale “sobrino”… Expósito, ¿Y sabes que significa eso?
—
No tío, ya te he dicho que no…
—
Es una mala costumbre el dar un apellido así… que
se abolió ya entrado el siglo veinte, pero que por lo visto a mí no me afectó…
Fui abandonado en una inclusa.
—
Ni idea de lo que es eso…
—
Eso es no tener padre ni madre… por lo menos yo no
los he conocido… Ahí te dejan cuando no quieren saber nada de ti… te dan un
nombre y un apellido: “Expósito”
—
Es horrible…vaya “palo”
—
Puede ser… en todo caso depende de cómo te lo
tomes… pero visto así, desde fuera, yo diría que mi situación empezó siendo
peor que la tuya… aunque claro, eso suele ir por barrios.
—
¿Por barrios?
—
Que eso… que depende de cómo te lo tomes…pero creo
que no lo has entendido.
—
Sí, sí,”tío” claro que lo entiendo.
—
De tíos está el mundo lleno, pero aquí no hay
ninguno… bien, veo que no, no lo has entendido… fui abandonado en una inclusa o
para que lo entiendas en un orfanato… y a tu edad entraba y salía de los
reformatorios… ¿te dice algo eso?
—
y eso… ¿no es lo mismo?
—
Pues claro que no… debía de ser un niño muy feo
porque ninguna familia me acogió. Seguí en el orfanato hasta que a los nueve o
diez años me escapé, y pasé a ser un niño de la calle y a delinquir para
subsistir… y cuando te pillaban pues pasabas al reformatorio, donde además de
alguna que otra tunda por mal comportamiento, digamos que no eras tratado con demasiada
delicadeza.
Le escuché, claro que le escuché… lo que no se es
si le entendí del todo, o solo a medias. Fruncí el ceño y dejé escapar por mis
palabras la rabia, el resentimiento y todo lo que me quedaba de espíritu
rebelde:
—
Ya, siento que lo pasaras mal… puedes contarme el
rollo de toda tu existencia si quieres, pero eso no va a solucionar mis
problemas. Ellos siguen allí, esperándome y cuando me atrapen me van a hacer
daño, y eso no “mola tío”…yo, ya no tengo futuro y estoy hasta las narices de
esta mierda de vida.
—
Lo que no “mola” es tu actitud…es justo lo que
esperaba de ti.
—
¿Qué quieres decir?
—
Que no te enteraras de nada “tío”… si quieres lo
dejamos, pero estás fallando a la tregua. Ahora mismo podemos salir hacia donde
te corresponde ir, para qué perder el tiempo.
Era la primera vez que notaba en él un punto de
enfado… quizás yo le hubiera faltado al respeto al cortarle casi en seco sus
explicaciones, pero la realidad es la realidad… él solucionó sus problemas, sin
duda, pero yo seguía con los míos. Me pareció oportuno ganar tiempo y dejarle
hablar, no me apetecía en absoluto salir de allí.
—
Lo siento… no quise cortarte, pero debes
entenderme, tengo razón. Tú estás aquí, parece que te gusta esto, y yo tengo que ir mira por donde, a donde no
me gusta.
—
Si quieres continúo…
—
Bueno, vale… continúa.
—
Veo que eres especialista en decir tonterías. ¿Qué no tienes futuro? Y que futuro podía
tener yo a tus diecisiete años…y sin embargo he llegado hasta aquí. Yo ahora si
que tengo el futuro muy limitado, pero no tú que acabas de empezar a andar.
—
Vale, vale, no me taladres continua con contarme tu
vida si quieres.
—
No tengo ningún inconveniente mocoso…Mira, sucedió
que un día en el reformatorio, uno de los celadores me habló. Me dijo que
llevaba en su trabajo los suficientes años como para poderme indicar, que tenía
yo dos caminos a elegir: Uno hacia la morgue, el otro hacia la vida... ¿Cuál
crees que elegí?
—
Está claro, el de la vida… sino no estarías aquí.
—
Veo que eres espabilado, esta la has pillado… Bien,
como conocía otros casos de chicos del reformatorio que habían acabado mal, me
sentí tentado por elegir el camino que consideraba más idóneo.
—
Vale…¿y que hiciste?
—
Acepté un
trabajo que me ofrecieron de aprendiz en
un taller mecánico, por sugerencia de esa misma persona.
—
Y es eso, ¿ya está?
—
¿A ti que te parece espabilado…?
Me quedé pensando…parecía un acertijo, pero fácil
de acertar. Respondí lo primero que me pareció sin dudar.
—
Pues que no te veo yo trabajando si no habías
pegado ni golpe hasta ese momento.
—
Golpes sí, sí que había pegado golpes. Rompiendo
lunas de coches para coger el radio/casete y luego cambiarlo por unos cuantos
duros a gente de mal vivir. Realizando pequeños hurtos al primero que se
descuidaba, etc. Pero mira por donde aguanté en ese taller y aún no se ni como,
fueron casi dos años. Me sentía explotado trabajando doce horas al día, hasta
los sábados al mediodía que era cuando plegaba. Pero aguanté, hasta que ya
cumplidos de largo los dieciocho años,
algo pasó.
—
¿Algo… fuerte?
—
Veo que me sigues el hilo… A mí lo de la morgue no
me atraía en absoluto, pero mis antiguos compinches continuamente me tentaban
para seguir con ellos, me decían que estaba “acapullado” por trabajar en ese
taller y que lo que en verdad “molaba” era la libertad. Al final “piqué” y un
día les acompañé en un golpe…teníamos que atracar una gasolinera...
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