... No le importó a Raúl enseñarme su cocina económica
a base de leña, que él cortaba, proveniente de los árboles caídos por obra de
tormentas o fenómenos naturales. Leña que también le servía para calentarse
dejándola quemar en el hogar a ras de tierra. Observé también una colección de
potes de vidrio que contenían diferentes hierbas recogidas por él en el bosque,
me indicó que todas ellas tenían una determinada utilidad y que le llevó su
tiempo llegar a conocerlas y reconocerlas en el entorno del bosque.
La mañana pasó rápidamente a la luz de mis ojos… mi
mente se encontraba distraída y el cuerpo cada vez más ligero. Pero eso no
impidió que llegara a pensar: “Esto si que es un sueño del que no tardaré
en despertar”
Antes de entrar en la cabaña para preparar la
comida, Raúl se dirigió a mí:
—
Quítate el
pijama que llevas puesto y déjalo en ese cubo. Dúchate y aprémiate porque
apenas tendrás un minuto de agua caliente. Verás una pastilla de jabón ahí en
la ducha. Después de encontrarte, te limpié un poco, por encima, antes de sacarte
la ropa que llevabas puesta, pero no es suficiente. Hazlo, te encontrarás
mejor; luego, puedes vestirte con lo que queda de tu ropa, ya debe de estar
seca.
Extrañado, le pregunté donde estaba la ducha, no
había reparado en ella. Me señaló un lateral de la cabaña y aprecié un pequeño
depósito de madera en lo alto, del que salía una manguera enroscada en espiral
a sendos palos, uno para que bajara la manguera y otro para que subiera y en su
extremo más alto una boca de ducha. Estaba el conjunto orientado al sol. Deduje
enseguida que los rayos habrían calentado el agua de la manquera y que de ahí
saldría el minuto de agua caliente a que se refería Raúl… Una vez me hube duchado, sin poder evitar que el agua
acabara por enfriarse, me vestí con los casi harapos de mi ropa y entré en la
cabaña.
Le ayudé a preparar la comida, batiendo los huevos
para hacer una rica tortilla de patatas, acompañada de ensaladas y verdura
recién cogida. Yo estaba acostumbrado a comer carne en casa, pero en absoluto
la eché en falta, todo estaba exquisito. Me llamó la atención que todos los
utensilios, vasos, platos, cucharas y tenedores, fueran de madera.
Mientras nos alimentábamos, Yo no paraba de preguntar y preguntar
tratando de indagar como era la existencia de Raúl en aquel lugar, y el me
contestaba pronunciando las frases con una exquisita calma, que me permitía
entender todo lo que él me estaba diciendo. Tras la pausa de un silencio, Raúl
se puso serio y pronunció:
—
Ya no tengo dudas de que mañana estarás en
condiciones para caminar.
Aquella frase me desbordó… me hizo dar de bruces
con la realidad. Agaché la cabeza al unísono con mi ánimo. Un desasosiego
creciente empezó a embargarme… y tal como lo sentía le contesté:
—
Pero es que yo no quiero… no quiero volver a ese
infierno.
Raúl hizo una pausa, esperó a que yo levantara mis
ojos y me penetró con los suyos. Observé esa mirada azul y sin poderlo evitar,
me entró un sollozo. Con suavidad, sus labios empezaron a moverse acompasando
unas frases:
—
Bien Daniel… ignoro las causas que te han llevado a
adentrarte en el bosque, a perderte y ha llegar hasta aquí…ni tampoco deseo
saberlas. Yo tan solo he cumplido con mi deber de auxiliarte… ahora tú debes de
cumplir con el tuyo.
No sabía que hacer ni que decir…ni tan siquiera
acertaba a que de mi garganta saliera palabra alguna…dejé pasar unos instantes,
el silencio era penetrante, me desbordaba por completo. Por fin, respiré hondo
y contesté:
—
No deseo volver… prefiero entrar de nuevo en el
bosque y perderme para siempre.
Raúl no tardó ni una décima de segundo en
responderme, sin levantar la voz, con calma, con exquisita calma empezó a
pronunciarse,
Iniciamos un diálogo, contrastado, porque mis
palabras surgían atropelladas por la insatisfacción.
—
Puedo entender tu agobio… pero algo está fallando
en tu razonamiento.
—
¿Por qué, por qué me dice eso Raúl?
—
Porque solo estás pensando en ti.
—
Y en quien sino… estoy harto, harto de mi vida…
prefiero morirme de una vez en vez de continuar así.
—
Llevas cuatro días fuera de tu casa…por lo que
vengo observando todo tiene pinta de una huida. No te creo un delincuente. Por
tus palabras, por tu actuación, adivino que te han educado, no eres un
indigente, debes de tener padres, o tutores, o aunque provinieras de algún
asilo… en consecuencia alguien estará sufriendo por ti… y no solo tus
allegados, sino todos aquellos que sin duda te estarán buscando… tienes un
deber para con ellos.
—
Yo no tengo un deber para nadie, estoy cansado de
mi situación… es cierto, huí. Si lo hice es porque no quiero volver a vivir
como lo estaba haciendo…
—
Daniel…es preciso que te centres, que medites.
Piensa un poco más allá de lo que consideras tu desgracia…
Le escuché, pero no volví a contestarle, preferí
quedarme mudo. Raúl tampoco dijo nada más, se limitó a recoger de la mesa los
utensilios de comer y llevarlos a la pica para lavarlos. Me levanté, traspasé
la puerta de la cabaña y me senté sobre un tronco cortado sobre la explanada de
hierba. Un par de gallinas vinieron a remolonear a mi lado, y uno de los gallos
no tardó en acercarse a ellas como para llamarles la atención. Tomé del suelo
una pequeña piedra y la tiré con rabia lejos de mí. Resoplé, tras ello me
levanté decidido para hablar con Raúl.
—
Raúl… ¿no puedo quedarme aquí contigo?
Su contestación, esta vez más enérgica no tardó en
llegar a mis oídos.
—
No puedes… ni debes.
—
Yo no te molestaría… además siempre te podría
ayudar.
—
Creo que ya hemos hablado y ha quedado clara la
situación. Mañana, a primera hora, sin falta, recoges tu mochila y nos
acercamos al Pueblo más cercano. Eso es todo.
Sin inmutarse, Raúl continuó con sus quehaceres, y
yo me pasé toda la tarde revoloteando por los alrededores. Más que meditar tal como él me había sugerido, lo que hice es
traspasar mis pensamientos a ese inmediato futuro que para nada me alentaba.
Solo pensaba en broncas por recibir, reproches por mi actuación… quizás me
metieran en un reformatorio, me condenaran… yo que sé. Tan solo circulaban
pensamientos negativos por mi pobre cabeza.
Llegó la hora de cenar, todavía quedaba algo de luz
en el cielo. Ni siquiera me preocupé por ayudarle en preparar la mesa como hice
al mediodía. Me encontraba totalmente abstraído en mis turbios pensamientos.
Durante la frugal cena apenas hablamos y cuando yo intenté decir algo, él
pareció adivinarme otra vez lo que iba a pronunciar.
—
Si has de hablar de lo mismo…olvídate.
—
Vale… ya veo que es inútil convencerte…
—
Lo es.
Me preguntaba: ¿Parece enfadado?... solo lo parece
porque no se altera por nada. Que diferente a mi padre que por cualquier
inconveniencia saltaba como un grillo. Su postura era firme… pero la mía
también. Así que empecé a elaborar un plan.
Esta vez me tocó dormir en el suelo, fue iniciativa
mía. Por respeto y dado que ya me encontraba mejor, insistí en dejarle el
catre, su catre, para él. Coloqué un par de mantas sobre los tablones del suelo
y me puse un cojín a modo de almohada. No me desvestí, ¿para qué? Dejé los
zapatos y la mochila a un lado y esperé…esperé a que Raúl quedara dormido a
juzgar por sus intermitentes ronquidos. Entonces pacientemente dejé que
llegaran las primeras luces del alba y con sigilo, me puse los zapatos, recogí
la mochila y salí al exterior. Escuché el ulular de un búho y el trino de
multitud de pájaros anunciando el amanecer. Ya en la línea de los primeros árboles, me
apresté a sacar la cazadora de mi mochila para abrigarme y empecé a caminar por
una de las sendas en dirección al arroyo. Solo una idea en mi cabeza, continuar
huyendo.
IV
Mientras caminaba hacia no se sabe donde, no tardé
en darme cuenta, que a parte de desesperado, era un “tonto del culo”. Y lo era
porque sencillamente no llevaba nada de comida en la mochila… “Por lo menos podrías haberte apropiado de algo” — me dije—
Pero continué andando. Mi plan era
seguir el curso del arroyo, que sin duda me llevaría a un curso de agua mayor,
y cuando hubiera conseguido salir del bosque, porque un río siempre lleva a la
civilización, pues ya vería que es lo que hacía. Todavía me quedaban bastantes
euros en el bolsillo de los noventa y seis con que salí de casa, eso me podía
ayudar a desplazarme a otro lugar… pero volver al hogar, junto a mis padres… ni
borracho lo haría, no quería saber nada de mi familia, ni del colegio, ni de la
vida que llevaba.
Por fortuna para mí era fácil avanzar junto al
arrollo, caminé y caminé durante bastante tiempo, del agua no me tenía que
preocupar, la tenía en abundancia, pero empecé a notar cierto hormigueo en el
estómago. “No tiene importancia” — me dije— ya tendré tiempo
de comer algo, estoy repuesto y me encuentro fuerte.
Pero algo torció mis planes… el subsuelo estaba
cambiando de forma. Empezaron a aparecer muchas piedras pequeñas y bastante
arena… de repente, la tierra se tragó el agua. El arroyo había desaparecido
ante mi vista. Seguí adelante pensando que quizás volviera a surgir el agua por
ahí cerca, pero nada. Desconcertado, en vez de desandar el camino, no tuve otra
idea que continuar adentrándome más y más en el interior del bosque, sin darme
cuenta que me estaba desorientando.
Para nada había aprendido la lección… Un bosque
tupido, de relieve variado y sin sendas claras a la vista, es una invitación al
desconcierto. No tardé en reconocer que me había perdido de nuevo. Intenté
volver de nuevo al curso del arroyo, pero no lo lograba. Me sentía más y más
desmoralizado hasta llegar a un estado de atolondramiento total. Rompía ramas y
arbustos a mi paso, dejaba jirones de mi camisa y pantalones enganchados en los
zarzales. Estaba atrapado. Intenté salir de ese atolladero, pero al final no
pude más y me derrumbé totalmente abatido por el esfuerzo tanto mental como
físico.
Apoyado en una amplia piedra que encontré, me
acurruqué y rompí a llorar. No entendía lo que me estaba pasando, solo malos
pensamientos circulaban por mis entendederas. “ Esto no mola…no me quieren en casa, no me quiere Raúl en su cabaña,
nadie me quiere…el bosque me odia”...
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