... Reflexión, puede que sea esa la palabra cuando te
quedas pensativo debido a una frase que puedas escuchar y te hace mella. “Quizás debería decírselo pero me da
vergüenza” —pensé— Raúl se estaba mostrando persistente pero no lo hacía
con la palabra sino con la mirada. Sus ojos azules penetraban en mi alma o lo
que fuera. El pesado bagaje que me embargaba tenía una oportunidad de
liberarse. Y todo por obra de la confianza que ya tenía sobre su persona.
Tímidamente y agachando la mirada, intenté responderle.
—
Sí, puede ser… puede ser que tengas razón.
—
Quieres levantar la vista Daniel, eso es una
muestra de orgullo, de dignidad. Sácate de una vez ese lastre que llevas dentro,
muéstralo e intenta liberarte de todo eso que te atormenta.
Respiré hondo, levanté la vista e intenté hablar.
Las palabras solo salieron de mi garganta flojas y entrecortadas…Raúl parecía
tener claro que algo grave me había pasado. Me animó a que continuara hablando,
sujetándome los dos hombros con la suficiente suavidad como para que yo me
sintiera apoyado.
—
Me trataron mal, muy mal.
—
¿Quiénes?
—
Ellos…
—
¿Quiénes son ellos?
—
Mis compañeros de clase y algunos de otros cursos
superiores cuando yo tenía doce años.
Me encontraba tenso, muy nervioso. Dudaba de
poderlo explicar convenientemente. Raúl no dejaba de sujetarme. Me soltó,
desplazó sus brazos con suavidad a la altura de su regazo, para permitir que yo
solo me enfrentara a esa oscura zona de mi pasado.
—
Tranquilízate Daniel, puedes hablar, te escucho.
Me escuchaba, que bien me sentaba esa palabra y
como la entendía. Tenía que hablar, podía hacerlo.
—
Ellos me trataban mal, me insultaban…yo era muy
apocado, un blanco perfecto para sus bromas:
“Atontado”,“nena”,“mariquita”…empujones, escupitajos, bromas pesadas como
hacerme zancadillas cuando menos lo esperaba …
—
Lo
denunciantes… a tus padres, a los profesores.
—
Claro, claro que lo hice. Mis padres decían que me
dejara de cuentos; los profesores, que era de muy mal ver acusar a los
compañeros, que espabilara.
—
Pues vaya… ¿eso es todo?
—
No, claro que no… como nadie cortaba esa situación,
yo cada vez me encerraba más y más en mi mismo, hasta que un día ocurrió…
—
¿Qué ocurrió Daniel?
—
Es muy fuerte Raúl…
—
Lo que yo te he contado de mi vida también es
fuerte, ¿o no?... sigue, te escucho.
—
Un día, cuatro o cinco de ellos me acorralaron en
los lavabos. Había más niños que solo miraban y reían. Me quitaron los
pantalones dejándome desnudo de cintura para abajo, y…
—
¿Y que pasó Daniel?
—
No puedo, no puedo decirlo.
—
Puedes… necesitas poder decirlo.
En ese momento rompí a llorar, Me encontraba
despedazado por dentro con esos recuerdos de tan solo hacía cuatro años. Solo
con el consuelo de Raúl pude continuar una vez apacigüé el desasosiego un
tanto.
—
Empezaron a hacerme tocamientos… y al rato me
dejaron ahí solo, diciéndome que si quería encontrar los pantalones y los
calzoncillos, los buscara en el pasillo, a la vista de todos…
Sentí el abrazo de Raúl, no habló, no dijo nada, no
hacía falta. El había conseguido que lo sacara, que sacara todo ese dolor y esa
vergüenza que sentía.
—
Daniel… eso que te pasó, ¿lo contaste a alguien?
—
No… sentía una enorme vergüenza… y supongo que
ellos también, porque a partir de entonces físicamente me dejaron en paz,
aunque tuve que soportar sus miraditas y esas risitas por dentro… Si en esos
momentos ya estaba encerrado en mi mismo, mi vida pasó a ser un estanco,
aislándome por completo de todo lo que me rodeaba.
—
¿Sigues en el mismo colegio?
—
No por fortuna, sin que nada tuviera que ver con lo
ocurrido, al curso siguiente, mis padres decidieron cambiarme de colegio
confiando, supongo, que mejoraría en los estudios… pero ya ves los resultados.
—
Bueno, por lo menos estas lejos de esos
“miserables”, algo es algo.
Avanzaba la tarde, pero largas como son las horas
de luz en el mes de Junio, no por ello dejaba de estar cerca la noche y por lo
tanto el fin de la tregua. Me había sacado un peso de encima contando ese
episodio de mi corta vida, pero eso no significaba nada… Tras las treguas puede
llegar la paz o continuar con tu miserable vida…lo sabía por un libro que leí
de Mario Benedetti y que llevaba precisamente ese título. Ahora iríamos a
cenar, no se si podría o no dormir esa noche, pero estaba claro que al amanecer
debería enfrentarme quisiera o no, con la realidad… Raúl, me dio una ligera
palmada en la espalda para indicarme que ya era hora de preparar la cena.
Tras la cena, nos sentamos en el banco adosado a la
cabaña y aprovechamos para ver el amplio cielo estrellado. Ninguna luz
artificial que perturbara el espectáculo, algo que resultaba imposible ya que
en donde estábamos no existía la electricidad, ni los móviles, ni ordenadores.
Nada de lo que allí existía era virtual. Raúl me indicó señalando al cielo, el
nombre de varias constelaciones. Me hizo fijar los ojos en la estrella polar, y
medio en coña, medio en serio, comentó que mejor no lo olvidara por si volvía a
perderme otra vez en algún lugar recóndito. Aprovechando esos momentos de relajación, quise intentar averiguar
más aspectos de su vida. Aunque hubiera en su momento intentado disimularlo, la
realidad es que me interesaba y quería saber más, antes de que dejáramos de
estar juntos. Tenía claro que de una forma u otra ya no podría contar con él en
el futuro más próximo.
—
Raúl… ¿Qué fue del resto de tu vida, hasta llegar
aquí?
Quedó pensativo, dudando que decir, o al menos eso
me pareció. Tras unos segundos respondió.
—
Lo que siguió, ya no me parece relevante, al menos
para ti.
—
Eso no es una respuesta Raúl.
—
Para que te quedes tranquilo, seguí ejerciendo como
abogado.
—
De causas imposibles…
—
Más o menos así fue…
—
No me quieres contar más cosas veo…
—
Insisto, no es relevante para lo que te interesa.
—
Ya… pero no me convences, tú mismo dijiste que
estábamos en una tregua y que debíamos tener confianza el uno con el otro.
—
Cierto…
—
¿Entonces?
—
No es necesario que sepas más de mi vida, entiendo
yo.
—
Entonces, algo escondes.
—
Todos guardamos cosas reservadas aquí dentro, en
este corazoncito, y debemos respetarlo.
—
Pero yo te he contado cosas que ha nadie las había
contado. Quizás si me contaras…el secreto que guardas, yo te
pudiera ayudar.
—
Me has ayudado lo que no te imaginas Daniel, lo que
no te imaginas…
—
Pues me alegro por ti…pero siguiendo tu mismo
estilo, Raúl, hay algo que no me cuadra, para nada me cuadra.
—
Ah sí, ¿y que es eso?
—
Porqué vives aquí, aislado del Mundo, solitario.
—
Razones Daniel… razones…
—
¿Razones para qué?
—
Para seguir viviendo… y ya basta de cháchara, a
dormir. Mañana va a ser un día intenso, lo presiento.
Creo que el Mundo de los mayores es injusto, mucho
que tú largues intimidades, pero ellos se guardan las suyas… y claro, como yo
soy un mozuelo sin experiencia, pues a pringar. Vamos que ellos tienen derecho
a guardar secretos, pero los jóvenes no. Total, que a la cama, bueno, al suelo
con las mantas, sin averiguar nada más de su vida, ni de que demonios le trajo a
esa cabaña.
Estuve un buen rato mirando hacia arriba, hacia la
negrura y su vacío. Pero la oscuridad no era total. Una leve y tenue claridad
quien sabe si de la luz que emanaban las estrellas, se filtraba por los dos
ventanales. Sin darme cuenta me quedé dormido, pero antes y me resulta
curioso, no estuve pensando en mis
problemas, ni en el final de la tregua, ni en lo que me esperaba al amanecer.
Pensaba en Raúl, en su soledad premeditada y en el secreto o secretos que
debían estar presentes en su azarosa vida.
Una mano firme y suave me zarandeó el hombro para
que despertara. Estaba por lo visto durmiendo como un tronco. Nos desperezamos,
nos lavamos y preparamos el desayuno. Raúl estaba serio, en cambio yo y aunque
parezca una contradicción me encontraba muy relajado, como si no pensara o no
quisiera pensar en lo que me esperaba. Por lo que fuera, él ya se encargó de
centrarme en la realidad.
—
Vamos a ver Daniel… no se si eres consciente del
todo de lo que nos espera.
—
Nada bueno supongo, por lo menos para mí.
—
Hazme el favor de no ser cenizo… ya veo que tú
de perspicaz nada de nada.
—
Ya estamos con tus rarezas… no se donde quieres ir
a parar…
—
No se si te has dado cuenta, que he dicho: “Lo que
nos espera”… yo también estoy pringado hasta la médula en esta historia, tu
historia.
—
No veo porqué… tu no eres responsable de mis
torpezas.
—
No, claro que no… pero te voy a explicar, según yo
entiendo lo que va a ocurrir.
—
Jope… pues si que eres listo, anda, cuéntame algo
bonito.
—
No hace falta ser listo para deducirlo… ¿Cuántos
días llevas lejos de casa?
—
Uno, dos, tres…entramos en el sexto día.
—
Bien. Esto funciona así: Según me comentaste,
saliste de madrugada de tu casa… apuesto que tus padres tardaron en reaccionar pensando
que aparecerías a lo largo del día. Al llegar la noche debieron sembrarse de
dudas, quizás pasaran la noche más
intranquila de sus vidas esperando que la puerta se abriera y entraras tú. Al amanecer elucubrarían sobre que hacer, y
tomarían la decisión de denunciar tu desaparición. A las fuerzas del orden les
llevaría un tiempo interrogar a tus padres para sacar
conclusiones…probablemente se hayan perdido un par de días antes de iniciar el
operativo de búsqueda. Habrán investigado hasta debajo de las piedras, porque
me consta que en eso son profesionales como la copa de un pino, por lo menos
los que yo he llegado a conocer. Y no me extrañaría para nada que hubieran
averiguado la ruta que tomó el autocar en el que viajaste hasta estas tierras.
Vamos, que nada más llegar a Mozarrejo, nos vamos a enterar de muchas cosas.
—
Y tú que tienes que ver en todo esto.
—
Es obvio que me va a corresponder dar explicaciones
sobre los dos días que has permanecido en mi cabaña.
—
Ya…
—
Bien, no hay tiempo que perder, recoge tus cosas,
tenemos tres horas de marcha por el bosque hasta llegar a la carretera, y desde
allí cuatro kilómetros y medio hasta Mozarrejo.
—
Y yo que debo hacer cuando me encuentren… ¿me van a
encerrar?
—
Alma de cándido… tú que crees. Más de uno del
operativo de búsqueda se va a llevar la alegría de su vida al encontrarte. Y
tus padres… bueno, pues apuesto que se les va a ir el canguelo de golpe, en lo
último que pensaran, de momento, es en reprenderte. Luego ya se verá.
—
¿Qué quieres decir con eso Raúl?
—
Bueno, en caliente nunca se saben las consecuencias
de nuestros actos. Es después cuando la verdad aparece.
—
Otra vez me cuesta entenderte Raúl, y mira que lo
intento.
—
No, si ya veo que te cuesta…
—
Pues ayúdame a entenderlo…
—
Mira, si tus padres te quieren, de verdad, todo
pasará. Si tú eres valiente y te enfrentas a la vida, todo pasará.
—
Y sí no es así…
—
Es una buena prueba para todos…no depende de nadie
más.
—
¿Eso es… lo que pasará?, no habrá reprimendas,
malos rollos…
—
Depende del carácter de tus padres, no los conozco.
Pero en principio para ellos, va a ser una ventura el encontrarte, no dudes que
también habrán meditado y sufrido lo suyo.
—
¿Y que harán la policía o la guarda civil conmigo,
tan pronto me encuentren?
—
Por supuesto que te interrogarán, nos interrogaran…
y es probable que recomienden a la familia un psicólogo para ti. Si es bueno, él
o ella te ayudará… Y ya basta de rollos, todo de lo que estamos hablando, son probabilidades, nada
más que eso… ahora toca comprobarlo… ¡vamos, en marcha!
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