Hoy me he levantado con el ánimo justo, pero
la naturaleza ha obrado el milagro de ponerlo a tope. Cerca de mi casa a
escasos cincuenta metros, circula el agua transparente y limpia de una riera,
su sonido persistente y cantarín llegaba nítido a mis oídos. Mi entrañable
mascota “Lío”, un Setter irlandés pleno de energía, me sacó de la cama con dos
lametazos. Salí al exterior para el paseo matutino y quedé de inmediato más que
impresionado extasiado con el día. Creo que debió ser en mi “última existencia”
allá por el 1.700 cuando el medio de locomoción todavía era de tracción animal,
que pude observar por última vez la naturaleza tal cual ahora la estaba
observando.
La luz impresionaba por su fuerza, los
colores resaltaban claros, limpios y el verde primaveral de los árboles se
recortaba en un cielo transparente, azul, radiante. La hierba fresca dejaba
entrever algunas amapolas entre su verdor. La atmósfera no podía ser más sana.
Lástima no ser un ornitólogo para poder descifrar todos los trinos de los
pájaros, que parecían estar más contentos que nunca.
De inmediato pensé: ¿Es así como debería ser
siempre?… Me hubiera gustado no tener la respuesta que por cierto de halagüeña
no tenía nada. Nuestros errores de todo tipo siguen sin beneficiar a la
naturaleza, al contrario la turban… y por supuesto que no se me ocurrió la idea
de darle las gracias al COVID-19 por la maravilla que estaba percibiendo.
¿Aprenderemos algún día?... soy pesimista,
sobre todo cuando oigo en la “tele” a todo un presidente del supuesto País más
grande e importante del Planeta Tierra, decir un montón de “chorradas” sobre la
gestión del problema global que nos ocupa… máxime cuando lo han votado millones
de personas. “Así es la vida, así somos nosotros género humano tan despistado
como polivalente.
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