Eran años duros, pero el no se enteró. Sus padres hicieron todo lo
posible para que fuera feliz. Creció entre la pobreza que no miseria. A los
pocos años junto con sus padres emigró en busca de un futuro mejor, y lo encontraron.
Eran tiempos de posguerra, difíciles, donde los niños sabían jugar en la calle
usando el ingenio. Sabían hacer del tiempo oro y de cualquier cosa una
aventura.
Entonces la gran mayoría de los colegios eran de orientación religiosa y
nacionalista, pero el pasó de todo eso porque era un tanto rebelde. Su juventud
fue inquieta dado que no encontraba en la sociedad aquello que buscaba, aún así
supo orientarse hacia el futuro de una manera correcta y digna. Trabajó en
aquello que encontró y desde muy temprano, porque no era fácil poder llegar a
la universidad.
Aún así, con esfuerzo consiguió, trabajar, estudiar e incluso acabar la
carrera de ingeniero industrial. Le costó, le costó mucho pero al final
consiguió trabajar para lo que había estudiado.
Conoció a una preciosa muchacha, se
casó, tuvieron dos hijos y con todos los inconvenientes que se pueden encontrar
en la vida, no dejó de ser feliz. Pudo dar a sus hijos todas las facilidades
que él no tuvo, y llegar en plenitud a su jubilación.
Pasaron los años, se sentía bien, sobre todo cuando una dulce voz
pronunció por primera vez:”Abuelito” y sin apenas darse cuenta cumplió los
ochenta y dos. Un día ocurrió algo que no esperaba en el guión de su propia
existencia. El se sentía afortunado porque estaba pasando la ancianidad en su
propia casa, con su mujer y al cuidado de una asistenta. No todos suelen gozar
de la misma suerte, tenía un amigo que estaba poco menos que recluido en una
residencia de ancianos, y solía visitarlo frecuentemente.
Un día empezó a sentirse mal, tosía, tenía fiebre, estaba muy cansado y
se ahogaba. Lo llevaron al hospital. El ambiente estaba muy cargado, las
medidas de seguridad eran exhaustivas, prácticamente arrancaron al abuelo de
las manos queridas. Aislado, abatido él no entendía nada. La familia buscó
desesperadamente una corriente amable en aquel hospital, pero no se pudo evitar
que Manuel muriera en el más triste abandono en un pasillo sin poder optar a
una UCI, porque el protocolo exigía que los ancianos eran los últimos en ser
asistidos y los primeros en morir.
Este es un caso real…y la familia como no podía preguntar al COVID—19,
porqué lo había hecho, lanzó un grito al cielo, con rabia infinita, intentando
entender donde estaba la justicia social... El abuelo Manuel no se merecía eso.
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