Hoy acabo de tener una extraña ensoñación que me ha hecho recordar la
película “The Road”… Me he sentido por unos instantes como si estuviera en la
piel de Viggo Mortensen, solo que como sucede en la cinta no era el hijo sino
mi perro “Lío” quien me acompañaba. Íbamos los dos andando por un tramo de
carretera, el silencio hería los sentidos, todo era gris en un día desapacible.
El firme mojado y la ligera neblina ofrecían un ambiente espectral. Parecíamos
los dos andar dentro de un clima apocalíptico. Nadie a nuestro alrededor, nada
se movía ni siquiera se percibía brisa alguna. “Lío” se detiene y empieza a
olfatear, como si se hubiera percatado de que algún tipo de peligro nos
acechara, ¿serían locos o caníbales los que andarían merodeando?, o algo peor
quizás invisible e imprevisible. Falsa
alarma, así que le animo a andar y seguimos.
Entramos en el pueblo que parece
abandonado, nada se agita, ni un murmullo. El vacío resulta total, todo está
cerrado a “cal y canto” no hay niños ni adultos, tampoco animales. Las casas
están en buen estado pero no parece haber vida, quizás solo las habiten los
fantasmas. De repente se oye el suave crepitar de unos pasos sobre la calle
mojada. “Lío” se para y estira las orejas, nos ponemos en tensión y esperamos
que aparezca el o los causantes del sonido, quizás eso que se acerca sea
portador de algún mal…Y es entonces al descubrir a Ignacio, un vecino que había
ido a tirar la basura, que Lío se calma y yo me tranquilizo porque allí acababa
la ensoñación… Eso sí, le saludo con cortesía, a distancia, y sigo mi camino no
sea que ambos estemos contaminados.
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