Hoy me apetece escribir sobre mi mascota
peluda. Es un can entrañable, extrovertido, alegre, vital y sobre todo noble.
Si nos remontamos un tiempo atrás, cuando las cosas aparentaban ser normales,
cuando era habitual ver gente por el pueblo ya fueran excursionistas o
visitantes, solía pasear con él y no era fácil porque continuamente se paraba
ante la gente, no se bien si para saludarles o capturar alguna caricia. Era
habitual que al llegar ante las casas de algunos vecinos, Lío insistiera en su
deseo de verles meneando la cola y su esqueleto con vehemencia, hasta que ellos
aparecían.
Las cosas han cambiado en pocos días y ya
llevamos tiempo así. Ahora Lío es el que nos libera del confinamiento, pero es
curioso como al llegar a la calle se muestra extraño, percibe el silencio. Entonces
se para y olisquea al aire como intentando entender lo que pasa. Busca con su
instinto a gente y no la encuentra.
Tengo una anécdota que contar: Ayer en mi
paseo de la tarde ocurrió algo curioso. Suelo
andar por un camino bordeando la riera,
tendrá unos doscientos metros .Al llegar al final, doy la vuelta y como una
costumbre, mas que ponerme a correr, troto soportando el peso de mis años con
Lío atado en la correa. Pero esta vez no tenía ganas de correr así que me
dispuse a volver andando. A mi colega no le debió de gustar la idea porque
decidió pararse y no avanzar. Los dos nos quedamos en bucle, hasta que él tomó la iniciativa para
liberarme de la apatía, mordió la correa por el asa de cuero y me incitó a
correr. No empezó hasta que yo tomé con la mano la argolla que debería de ir
anclada a su collar. La escena podría resultar cómica, un perro llevando de la
correa a su amo.
Resumiendo,
creo que en las circunstancias actuales y cuando todo esto acabe, que algún día
ocurrirá, deberíamos incluir en los homenajes a todos aquellos que nos han
ayudado, también a los canes.
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