Pedrafosca,
Primera semana del mes de Noviembre, 2015
...El mes de Noviembre
anda revuelto… el sol aún calienta algo pero es escaso, las lluvias son
persistentes y el aire del norte obliga a encogerse o abrigarse lo suficiente
para poder andar algo suelto. No apetece estar en el exterior y supongo que a
Paco le sucede lo mismo. Su imagen sentada en el banco de piedra junto al
portal de su casa ha quedado aparcada por algún tiempo. Sus colegas de la
partida de cartas comentan que algo le pasa
“está raro”, dicen. Sus salidas desde su residencia son esporádicas y
permanece allí dentro más tiempo que de costumbre… Tan solo ha pasado una
semana desde nuestra conversación bajo el cerezo, tiempo suficiente para que
supuestamente se desaten las especulaciones… que asco, todo ello se percibe en
el pueblo pero no se sabe de forma directa. Me ven y disimulan… nadie se atreve
a decirme: ¿Que es lo que te está contando Paco?
Estoy con
dudas… en esta semana que llevamos he preferido respetar su silencio, pero creo
que ya es suficiente, debo acercarme a él. Decido llamar a su puerta, mejor
dicho, empujar la puerta entreabierta y traspasar el umbral que da paso al oscuro
contraste con la luz del día, porque excepto en la noche su domicilio está
siempre expedito. Permanezco de pié en
el descansillo mientras mis pupilas se adaptan al lugar. La casa huele a vieja,
como si estuviese enmohecida. Las paredes exteriores son gruesas, de por lo
menos medio metro, hechas de piedra y argamasa, eso favorece que la temperatura
interior se parezca a las cuevas, es estable. El suelo es cementado, con
ligeras grietas que lo cubren como si fueran arrugas. Esa parte de la casa,
conserva objetos relacionados con la labranza, varios sacos y cestos de esparto
ocultando algo en su interior, y en un rincón un considerable montón de leña. A
mi izquierda y de frente, unas gastadas escaleras que llevan a un piso
superior, y a la derecha un angosto pasillo de paredes tan desgastadas como las
escaleras, que conduce a una sala donde supuestamente debe de estar Paco. Lo
percibo por un ligero olor a humo que sin duda parte del hogar a ras de suelo
que debe estar encendido. Paco ya ha captado mi presencia y desde el fondo se
oye su voz:
— ¿Quian anda
ahí?
— Soy yo Paco…
Roberto.
— Ah, eres tú…
anda pasa, tienes la venia.
— Con permiso…
si tengo tu venia, eso debe significar algo.
— Ya has
tardado… tenemos asuntos pendientes…digo yo.
— Ya… pero
verás… he preferido…
— Bah… cuitas,
cuitas, malditas cuitas… el pueblo esta lleno de cuitas.
— ¿Qué quieres
decir?
— Que tú también
te dejas llevar por los temores… por el que dirán.
— Te equivocas
Paco… me importa un bledo lo que piensen los demás. Es más, si tu me das
permiso vamos más al grano de los asuntos y lo publico…
— No es el
caso Roberto… no es el caso.
Está sentado
en un sillón destartalado por lo menos en lo que concierte al tapizado que lo
cubre… me señala una vieja silla de madera y esparto, aún estable y que alguna
vez debió de tener pintura. Se incorpora, toma un pequeño tronco de un cesto y
lo lanza a la lumbre. Observo el entorno, es totalmente austero, solo un cuadro
cuelga de una de las paredes desgastadas por el tiempo, no es más que un
paisaje de monte enmarcado rústicamente… nada de fotos ni de recuerdos. Solo un
catre en uno de los rincones, que es donde él debe dormir y una radio
voluminosa de esas antiguas que dudo pueda funcionar, aposentada sobre una
mesita que apenas se tiene en pie. No tiene tele…y me pregunto si estará al día
de lo que acontece en el Mundo. Sigo su gesto y me siento a su lado…
— Se está bien
aquí…el fuego y su calor acompañan…
— Sin duda…
— Bien… ¿no
tienes nada que preguntarme?…anda continúa con lo tuyo.
— Bueno…
podemos seguir donde lo dejamos…
— ¿Y donde lo
dejamos?...
— Pues… sin
entrar en matices, me lanzaste unas cuantas perlas sobre más de uno aquí en el
pueblo… hablamos de tu desgraciada historia con Azucena… y también de ganadores
y perdedores, ahí lo dejamos…
— Sí, es
cierto, ahí lo dejamos…
— Y tú Paco…
¿Qué te consideras?
— ¿Que me
considero de qué…?
— Eres un
ganador o un perdedor…
— Tiene gracia
el asunto no…puede que a los ojos de algunos sea un claro perdedor… pero tengo
la conciencia bien tranquila en lo que a ellos se refiere, ahí les gano… pero
internamente no ando muy fino, me he refugiado demasiado en mi mismo… ahí
pierdo.
— Intento
seguirte Paco pero…
— Pues
pregunta si quieres averiguarlo.
— Vale… me
queda claro que pasas mucho de habladurías, de toda esa gentuza que ha
conseguido su exigua fortuna a costa de los demás. De la miseria que
constantemente nos acompaña, de la falta de sinceridad, de los cuchicheos, de
las insidias… ¿Es así?
— No podía ser
de otra forma… a mis años… Yo no recuerdo voluntariamente haber jodido a nadie
en toda mi vida… si acaso he hecho daño es porque no lo pude evitar.
— Eso tiene
que tranquilizarte la conciencia…
— Te equivocas
Roberto… ¿Qué crees tú que es la conciencia?
— Pues… más o
menos estar a bien con tus propios actos…
— Algo de
razón tienes…yo no he obrado tan bien en toda mi vida… he sido cobarde, me he
refugiado demasiado en vez de seguir luchando…
— Me estoy
perdiendo Paco… me estoy perdiendo… Vamos a ver… déjame empezar otra vez por el
principio… Tu llegaste aquí con dieciséis años… ¿es cierto?
— Sabes que es así…
— Pues según
rumores… cosas que se comentan, que se dicen por ahí a poco que tires del hilo…
tengo entendido que en esa época tú ayudabas a los perdedores…
— Ah… eso se
dice… anda, explícate un poco mejor.
— No… prefiero
que me lo expliques tú…sabes perfectamente de que estoy hablando.
Paco suspiro
un tanto, no demasiado. Fijó su mirada en las llamas que soltaban su danza con
un leve chisporroteo y pareció perderse en los recuerdos… Luego me miró
directamente a los ojos y con firmeza me dijo:
— ¿Qué quieres
que te cuente?
— La verdad
Paco… tu verdad…la que tiene relación con lo que nadie en este pueblo quiera
hablar.
— Es cierto…
ayudé a los malos…Al acabar la guerra, aquí en el pueblo, como en otros muchos pueblos, estaban
divididos en buenos y malos según se mire… Pues a los perdedores de signo
republicano les tocó el signo de ser los malos, algunos tuvieron que salir por
piernas, otros se refugiaron en el monte, en las cuevas, en los barrancos,
perseguidos como si fueran alimañas… pero ojo, no te olvides que existen los
que saben estar callados para no mostrar su inclinación, los que suelen seguir
solo el dictado de sus sentimientos … pues estos eran en verdad los buenos, los
que se apiadaban, los que ayudaban… y yo fui cómplice de esas buenas gentes, es cierto.
— Luego es verdad
lo que se dice…
— Sí…se que
eso dicen…piensa que yo era un chaval que vivía en el Far, acostumbrado a
trabajar en el monte y que muy a menudo bajaba al pueblo… nadie sospechaba de
mi…me daban comida, cartas… que yo dejaba en ciertos lugares… otras veces era
quien pasaba las claves para que ellos mismos pudieran bajar…por ejemplo:
“Cuando veáis tendidas sábanas blancas en la terraza de “Can Román”, podéis ir
a por comida…también informaba de los movimientos de la Guardia Civil , de lo que se
rumoreaba… etc.
— Eras una
especie de espía pues…
— Algo así…
— ¿Y como
llegaron a confiar en ti?
— Porque fui
yo el que me acerqué, el que los vi escondidos entre los matorrales, buscando
su cobijo… el que les conté mi propia historia.
— Tú historia…
tu breve historia…la que no me quieres contar…
— La que te
puedo llegar a contar en todo caso…
Y Paco me
contó la breve pero intensa historia, la que precedió a su llegada al pueblo…
una historia que llegó a estremecerme y sobre la cual no nos hemos puesto
todavía de acuerdo sobre publicarla o no… Ya anteriormente me había relatado
que era huérfano de guerra, que toda su familia directa murió o desapareció en
la contienda… pero nadie como ahora yo, según me dice, conoce todo lo demás...
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